Que pena, le dijo su mujer mientras daba un portazo que dejaba entrever la mirada perdida y acuosa de su hijo.
Que pena, susurró el gerente mientras extendía el cheque con la liquidación e intentaba esconder, con la otra mano, los currículos recién examinados.
Se despertó, fue al baño, se miró en el espejo, se vio, se reconoció. Puso la radio, se sirvió el café, encendió un cigarrillo, tomó un buche, cerró los ojos, fue feliz.
Que pena, mintieron sus amigos.
Que pena, dijeron sus enemigos.
Se despertó, fue al baño, caminó hacia la cocina, escuchó el silencio y esperó un rato.
Que pena, pensó, con lo bien que me sentaría ahora mismo unos Friskies y un poco de leche. Y ronroneó, por si acaso.