Al doblar la esquina de la calle me encontré con ella: pálida y brillante. Crucé hacia la plaza de Cairasco para contemplarla de lleno. Al fondo, la catedral encendida aún; a mi vera, la oficina, la barra del Hotel Madrid donde otra vez sería posible cualquier cosa; detrás, la fachada del Gabinete Literario, cuya indecente iluminación dejaba entrever su decrepitud de señorona de otra época. Ella: la noche perfecta y la luna llena. Y, con un poco de suerte o de magia o de literatura, tal vez tú.