Espera, espera… no querrás que empiece a largar de buenas a primera, como quien va a la oficina y se perfuma para ocultar oscuras intenciones, y se anuda el moño de la corbata con la disciplina de un mono vestido de seda.
Lléname la copa!! Filii mei, my friend, brother. Cómo quieres que abra los ojos otra vez a esta estúpida realidad, tan clara, tan evidente, tan de día sin haberme anestesiado correctamente.
Acaso no querías que te contara un cuento, que me inventara historias para sobrevivir, para sobrellevar esta mísera y maravillosa ida y venida de acontecimientos?
Y menos hoy que por fin he conocido a un santo. San Viernes, beatificado por el mismísimo Robinson. O era Viernes Santo? Yo que sé!
A ver que se me ocurre para soportar la mirada e intentar comprender que hacen todos esos inútiles caminando detrás de una figurarilla de escayola pintarrajeada como una puta, perdón, como una vulgar virgen, ni si quiera vestal.
Espera un poco, un poquito más. Dame otro beso, hazte otra raya, enciende otro tabaco y agárrame que soy capaz de hacer el salto vital desde el duodécimo cielo con tal de joder. Si al menos les lloviera a esta manada de ignorantes que sólo encuentran sentido a su triste vida entre las manidas y pegajosa páginas de una biblia heredada de su puta madre.
Me están profanando las calles que habito en mis noches perdidas de encuentros fortuitos. Me obligan a oir su repique de tambores unísono, uníovoco, omnivoro, átono, difunto.
No sigan, por favor, que me van a hacer llorar, de pura risa, de puta rabia.
A mi sólo me impide saltar o encontrame de nuevo con el señor Gillete mi poca fe en algo mejor; y a ti, sin embago, te contiene el suponer que después de todo esto hay algo más y, para colmo, mejor.
No, no somos tan distintos. El problema es no quieres darte cuenta.
En fin: Oremus.
Pater noster qui est in coelis, santificatur nomine tuo.
Vale.