Tengo dos trajes; y una multa de tráfico, otra, claro.
Confesiones aparte, paso a relatar el relato, que diría el filósofo mexicano.
El viernes llevé el traje número dos a la tintorería de unos grandes almacenes (ese nombre adjetivado que suele usarse para ser política y económicamente correcto y no decir El Corte Inglés) vestido con mi traje número uno.
Por qué, sé que se estarán preguntando (o no?). Pues verás: más que nada porque sólo tengo dos? Y sobre todo porque si entras en unos grandes almacenes -léase El Corte Inglés (maldita publicidad gratuita)- vestido de traje y corbata te diviertes mucho, hasta un punto, parándote cada veinte pasos explicándole a la Maruja de turno que no, señora, que no trabajo aquí, que hay gente, incluso personas, que llevan traje y no trabajan ahí; y más que nada porque el de la tintorería, cuando llegas a las menos cinco no pone tanta cara de «mira el hijoputa este a la hora que viene a traer el traje de los cojones. Pero, déjalo, pobrecito pringao seguro que trabaja aquí y no puede venir a otra hora».
Y ahora viene la parte triste. Así que relájate y disfruta. Porque hoy es lunes, y después de recoger mi traje número dos vestido con mi traje número uno, al llegar a casa, mientras planchaba la camisa numero cinco, me entraron unas estúpidas ganas de irme a dormir: dejé la cerveza a medias, las papas a medio freír, la mujer a medio follar, para irme a la cama, con ganas de que sonara el despertador para re-estrenar mi traje tan como nuevo y cumplir como el caballero que nunca he sido con mi empresa, con la sociedad, con la seguridad social y hasta con el sindicato.
Y que conste que mientras escribo esto no estoy llorando, aunque lo parezca.