Alguna vez, movido por una tortuosa forma de cobardía, por eludir sin comprometerme, por la vieja tentación de zambullir guardando la ropa, mascullé ante Díaz Gray un indeciso remordimiento por estar anticipando en repartir decadencias y muertos.

El médico me desconcertó diciendo: Un drogadicto, como un alcohólico, es un suicida. Está ejerciendo su derecho indiscutible a practicar un suicidio al ralentí. El alcohol no está prohibido porque los gobiernos son socios de los fabricantes. Cobran sus ganancias mediante impuestos. Lo mismo digo del tabaco. Cuando prohíban el suicidio renunciaremos a los camiones.

No exactamente con estas palabras fue lo que dijo. Al despedirme me regaló un libro llamado El mito de Sísifo. Hace dos días empecé a leerlo.