Sigo, cronometradamente, cada paso del ritual marcado.

Llego a casa. Desato de mi cuello la soga que me mantiene atado a la cotidianeidad. Me quito el disfraz de hombre, me desinfecto del día y me visto con la piel de lobo, o de cordero.

Me miro al espejo por primera y última vez para buscarme por dentro. Enciendo el cigarrillo de verdad, miro de soslayo a la librería donde algún descarado volumen me guiña una página libidinosa y ataco sin miramientos la nevera.

Mientras descorcho la botella, repaso las copas y les doy un tiempo, espero impaciente que llegue de una maldita vez la noche.

Escancio, huelo, remuevo, confirmo, brindo por la luna y los muertos dejando la huella invisible de mis pensamientos a flor de frente, suena algo como I’got you under my skin, y se abre la puerta, y cierro mis ojos, y por fin empieza el día.