Si yo fuera tú, estaría leyendo esto ahora mismo; claro que, si yo fuera tú, no podrías estar escribiéndolo.

Pero, ahora que estás aquí, si lo piensas —pretender que lo sientas sería demasiado— eres un poco yo.

Porque cuando uno acomete la empresa (arriesgada e inútil justo hasta este momento en que estás leyendo la palabra momento) de enfrentarse con un folio en blanco, aspira a ser comprendido, en cierto sentido, en alguno, más que sea. Incluso, vanidad de vanidades, a ser re-conocido y, si te dejas llevar, hasta el infinito y más allá, a conocerte.

Si yo fuera tú, lo más probable es que no me hiciera falta leer, ni escribir, ni pensar qué andarás haciendo ahora, aparte de leer esto.

Así que, por eso, por todo y por nada, es que sigo aquí, haciendo como que vivo para que nunca tengas que preguntarte que pasaría si tú fueras yo.

Jamás le haría eso a nadie, ni a mi mejor enemigo.

Además, correrías el peligro de llegar a entenderme, y de ahí a creerme, a quererme la distancia es muy corta, y el riesgo casi no vale la pena.

Te lo puedo asegurar, sobre todo porque sé que no vas a creerme, a no ser que hayas llegado hasta este punto, y final.