El tribunal decidió que no había condena más severa para el delito de amar que otorgarme la libertad perpetua.
Y que cada cual se muera de asco en su celda.
Al gato que me acompaña en la mía lo llamaré «muerte«.
A la rata que te carcome las entrañas, da igual el nombre que le pongas, mientras sigas alimentándola… pero «cobardía» no le queda mal.
De nada servirá mientras sigas creyendo que las «personas que sientes en el estómago» no son mariposas, sino alimañas.
Alea iacta est.