«Yo he pretendido llegar a la poesía de cualquier forma,
hasta en los actos diarios, si se puede»
Silvio. El Aprendiz de Brujo

No me puedes faltar y ojalá nunca dejes de ser.

Aunque nunca haya sido el que soy y, tal vez, nunca fueras quien quise creer, quien quise amar.

Pero, mira, no es un reproche, para nada.

Sabes que nunca me ha gustado que se metieran en mi vida. A lo mejor por eso no me acuerdo de los sueños y sólo de las pesadillas. Es como si alguien o álguienes se dedicaran a inmiscuirse en tu, merecido o no, descanso.

Escribo y hay quien dice que esa actitud, esa tarea, esa forma de enfrentar la vida no deja de ser una mera excusa para no asumir la realidad más cotidiana. La cosa está en que las vidas ajenas me parecen tanto o más insulsas que la mía, y siempre he preferido disfrutar de una caricia, de una canción justo aquí, ahora, en este preciso instante en que… o sea, la vida.

También sé que escribo para no matarme, que vivo porque -no sabría decirte si por suerte o por desgracia-, a pesar de todo, uno ha ido adquiriendo forma de ser humano y hay gente, incluso personas (sí, incluso en plural) a las que no debiéramos faltar, como una promesa que me hice en su momento.

Yo, que siempre (maldito adverbio) perjuré que jamás (esto no viene a ser igual que nunca?) prometía nada, que ni perdonaba ni olvidaba, me veo arrastrado por la leche templada con colacao.

Ya ves, si no estuviera tan seguro de que sigo teniendo diecipico años, juraría que me estoy haciendo viejo, pero como no juro, no puedo.

Por eso hay veces en que cada cosa es un triste, preocupante, absurdo dejà vu, y cada paisaje, cada abrazo, cada vez que llueve es como si las gotas que me empaparan fueran las mismas de ayer, y las de mañana. Y no dejará de ser cierto, porque todo se transforma, todo sigue, con distintas caras, con frío o con calor, con o sin ganas, contigo o sintigo, indefectiblemente.