VALE.

¿Se te ocurre un final mejor?

Si la envidia fuera tiña…  Pero para nada es el caso. O quizás por eso este blog  se tiñe de negro, hasta en su nombre. O por mis antepasados cubanos, o porque prefiero la noche y el café a la leche, o porque el negro es mi no-color favorito, o por mi género literario preferido, o tan sólo por el mero color de tus ojos.

Siguiendo con el juego que comenzó (por el principio, para no defraudar a los ortodoxos, sean quienes sean) Alexis Ravelo en su blog, sobre principios de libros que te agarran por el cuello y te incitan a seguir leyendo, propongo lo mismo pero viceversa, o sea, versavice: Los finales.

A veces es será difícil encontrar en un mismo libro un buen principio y un gran final, y no digamos el resto de sus hojas; pero, para comenzar con los finales, se me ocurre uno ya nombrado y que cumple con todos los requisitos.

«Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descrifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra«

Cien años de soledad. Gabriel García Márquez.