Mi cuerpo me vale madre. No es más que una cápsula contenedora de flujos, aromas, sabores y algún que otro lunar más o menos secreto, más o menos escondido por entre una cartografía que me permite sentir unas manos sobre la piel y mis manos que me permiten sentir otras pieles bajo ellas.
Asumo mi responsabilidad de ser, estar y parecer vivo. Mis ausencias intermitentes, tu presencia inconcebible. Si fuera necesario sería capaz de confesar todos y cada uno se los pecados que no cometí y de los que me acusaron. A quién carajos le importa sino a ti y a mí.
Pero por fin esta cápsula empieza a tener algún sentido gracias a la química. De la física ya te cuento luego; ya sabes dónde, cuándo y cómo. Podríamos empezar por hacer una recapitulación o, mejor, una enumeración caótica, como esas (recuerdas?), como aquellas: are you ready?
Cuando descubrí mi pasión por los paseos dejé de caminar. Me quedaba sentado en los parques, en medio de cualquier calle, en las plazas y alamedas donde, algún día, volverá a caminar el hombre nuevo.
Como si fuera un gato, aprendí a reconocer mis gustos personales a la altura de los pies. Poco después llegaron las filias y las fobias y los psicoanalistas del tres al cuarto y le pusieron nombres. Fetichismo, voyeurismo… no manchen, acomplejados! Los pies nos permiten caminar, llegar, desviarnos, tomar senderos que se bifurcan, y los tuyos son mi único dios. No te cuides, por suerte tienes dos y yo soy ateo, gracias a dos, o tres gatas de cuyo nombre… permíteme el sublime pecado del olvido momentáneo.
Pero, dejemos el tema. Sabes que podría vivir a tus pies. Ante, bajo, como (nunca sin), sobre e, incluso tras, pero nunca sin: eso nunca. Y hablando de nucas ¿sería un salto muy grande de tus pies a tu cuello? Tampoco es como cruzar el mar, pero eso sí que sería una necedad, y ya casi estoy mayor para desperdiciar olores atractivos a medio camino.
A medio camino. Justito ahí es donde… ¡Pero, bueno! ¡¿Esto qué es?! Si parece un capítulo de una novela (¿) de un serie de la trilogía (¡) de…
Bien, el párrafo anterior no existe. Tus ojos te engañan: nunca has leído eso: créeme (cuando te digo que te quiero?) Íbamos por tus pies, que es lo que importa, lo único que importa. De aquí a que lleguemos a tu cuello prometo haber dejado de escribir, a menos que sea sobre tu piel. Pero, ¿sabes qué es lo más increíble? Que sin conocerte, aún conociéndote, re-conociéndote te ajustes con milimétrica, metódica, científica e incomprensiblemente a mi imaginación; esa que siempre me acompañó, mi compañera, mi única e inevitable amiga.
Cierto! No todo fue naufragar. A veces me deslizaba como aguacero por tus maléficas, (no, no voy a decir sinuosas) imprescindibles curvas; me dispersaba, me fundía, me disgregaba atómicamente (acaso no hablábamos de química, de física cuántica?) Y ahora que estamos contando verdades, no sé a que chingados viene esto de hablar en pasado, si nos espera toda la muerte por delante y el resto de la vida por detrás.
Siempre supe que dejar de estudiar matemáticas había sido una buena decisión. El único efecto secundario es que, hoy por hoy, ahorita mismo, no puedo contar las copas que llevo, lo que me confirma la sospecha anterior. Soy de letras puras, de palabras perras, de perras de pura raza. Pero que conste en acta que esto no es una justificación. El tiempo de los perdones ya pasó, como el de las gracias y el de las desgracias.
Pero, volviendo a la realidad, a mi imaginación, déjame seguir subiendo. Paradójicamente, lo mejor de este invento es que no tengo que pedir permiso. Gracias a la bendita evolución de esta especie maldita, mi soledad me da libertad absoluta para hacer y deshacer. Y, ¿sabes qué? Esta extraña manía de escribir lo que pienso (incluso a veces, siempre) y siento, aunque sea de forma subliminal, me otorga le privilegio de poner este punto, que parece final, y es sólo un punto y seguido.
Por cierto, a medio camino se quedaron las miguitas de pan.