Tú me pedías que nada fuera verdad; yo te reclamaba que todo fuera mentira.

   Abusábamos de los espejos en otra época. Nos gustaba mirarlos para descubrir a esa otra persona que vivía dentro de ellos y casi nunca éramos nosotros mismos. Y, evidentemente, no estoy hablando de sexo; o sí.

   De todas formas, ya sabes lo que dicen de los temas para escribir ¿cuatro decía Borges, cinco? Pero para vivir nos bastaba apenas con uno.

   Lo difícil va a ser salir vivos de esta vida para empezar otra.

   Y no sé por qué me empeño en hablar en pasado. Sí, ya conozco tu respuesta y tú la mía: el pasado, esto, lo otro, los otros, las otras. Pero sabes que no lo comparto y que, por suerte, no es una vergüenza que estemos totalmente de acuerdo.

   Nos empeñamos en creer que lo que vivimos es la realidad y, a veces, consiguen confundirnos. Nos vamos, por un tiempo, del lado de los demás. Decimos buenos días por la mañana y cedemos nuestro asiento a las viejitas con tal de que nos consideren uno de ellos. Fíjate hasta qué extremos hemos llegado que el otro día, sin ir más lejos, a mí me dio por ver un partido de fútbol. Pero, tampoco me acuses, sé de gente que ha terminado casándose. ¿Cómo está tu marido? Me saludas a su madre.

   Por eso he decidió seguir siendo una ficción hasta que tú decidas volver a creer en la fantasía. Tengo pensados varios métodos: uno de ellos es escribir o seguir haciendo esto que yo llamo escribir. El otro, hacer como que me entiendo, como que no me entiendes. O, no sé, tal vez me ponga melodramático, o matemático, o cartesiano. Durante un tiempo volveré a creer en hipótesis absurdas como que dos más dos son cuatro, y patearé al conejo de Alicia y sólo cantaré las mañanitas en el día señalado e, incluso, recordaré nuestra primera vez.

   Se me ocurren más estupideces. Es fácil: basta con ir por la calle, mirar a los demás y mimetizarte. Voy a empezar a comer y a dormir a mis horas (las de ellos) y sólo follaremos los sábados por la noche, siempre y cuando no haya partido, claro. Y nada de griegos ni franceses.

   De hecho, ahora mismo que contemplo la ciudad encendida desde esta ventana, estoy pensando en abrirla de par y par y saltar de una vez por todas. Estoy convencido de que, antes de estrellarme contra el suelo, escucharé de fondo una canción de The Beatles y no habrá pasado nada, excepto que estaremos nuevamente, como siempre o como nunca, en ese tiempo que nos pertenece.

   Y, esta vez, no pongo fin; y es una amenaza.