No hasta dos o hasta diez
Sino contar conmigo.

   Cuando tus defectos empezaron a enamorarme supe que estaba —irremediable y afortunadamente— perdido.
   Comencé a pensar para ti: básicamente me atacaron los adverbios acabados en mente y mi mente se volvió a atacarte, a perseguirte por el pasillo de casa (y sí, ibas descalza; y sí, ibas semidesnuda).
   Ese lunar que tú creías que te afeaba, ese en el que nadie había reparado, me lo encontré en una expedición bien organizada a tus centros. Esta vez supe que no hablaba en pretérito ni en condicional. El final de esta excursión eras tú; acaso nosotros.
   Estoy ejerciendo mi derecho a la contradicción y voy y vuelvo (y me vengo) al presente, y voy y regreso al futuro.

   Sabes que quiero vivir una vida en una ciudad cambiante. Sabes que no quiero arrepentirme. Sabes que esta vida es tan corta que no vale la pena estar sin ti, aunque te haya conocido, como quién dice, ayer; aunque nunca haya tenido el dudoso, o no, placer de haberme reconocido.
   Que voy y vuelvo y que amo esta ciudad cambiante, que tu orgasmo la desdibuja, que tus ojos me miran por más que pretendas apartarlos con excusas como la felicidad o cosas así, y la vuelve a dibujar para dejar esa expresión en tu rostro cuando, por la mañana, me respiras y te observo. No me importa, me da igual si te veo sonreír, en vertical o en horizontal: el reflejo de tus labios y más.
   ¿Sabes? (porque sabes ¿verdad? ¿A qué sabes?) Cuando anoche intentabas hacerme recordar que me había olvidado de decirte que me recordaras que no debía olvidarme de decirte que, justo en ese momento, o tantito después de inventarte ya no sabía si habíamos estado saliendo o entrando el uno del otro, si acaso éramos tan distintos que parecíamos iguales.
   Justo en ese preciso instante, en el que te dije que mi vida se había convertido en un cúmulo de estos instantes con aspecto de déjà vu, y que tu vientre vibraba al ritmo que marcaban mis manos en tus caderas, supe que el único defecto que me costaría aceptarte sería, es y será que tus pezones me miraran distinto; no sé —ya sabes—, cosas así.