De la primera vez que estuve en México no puedo decir que mis impresiones fueran digitales, como le pasó a Yogurtu Mghe al llegar a los Estados Unidos de (norte) América. Tampoco pude tomarme un tequila en la mera terminal del Benito Juárez tal y como había planeado, aunque no creo que me hubiera venido nada mal para el dolor de espalda. Así pues, el primer establecimiento público que visité en el Defe fue una farmacia.
   Con el paso de los días, según iba adquiriendo nuevamente la postura de homo erectus y pude empezar a conocer las calles de esta enloquecida ciudad, fui dándome cuenta de que eso de las farmacias aquí no funcionaba igual que en España. Para empezar, como casi cualquier comercio, estaban abiertas a cualquier hora del día y época del año. Yo, que en mis tiempos mozos fui mancebo de botica, me solidarizaba con las caras de los empleados y miraba asombrado la impactante iluminación de discoteca cuando entraba a comprar pastillas para la gripa y escuchaba unas bocinas a todo lo que daban.
   
Pero, sin duda, lo más impactante eran los nombres y que estos negocios tan regulados en otros países fueran franquicias por las que cualquiera podía optar como forma de ganarse la vida. Cuando me topé con una Farmacia de Dios, del Ahorro, de Descuento o de Jesús, supe a qué se referían las Escrituras con eso del buen camino, si no para la salvación de las almas al menos para la curación de los cuerpos.
   Lo bueno que tiene esta pinchurrienta urbe es que uno se enamora de ella casi por los mismos motivos que la detesta. Pasados los años me sigue sorprendiendo en cada estación de metro, en cada callejuela del Centro, con su aparentemente inevitable sensación de eternidad y fugacidad a un tiempo. Unas calles configuran el barrio, la Colonia, y ésta consigue darle personalidad a tal o cual delegación; y así, de a poquito se va conformando esta ciudad que, en un parpadeo, tiene un par de millones más de habitantes. 
   Pero ni los países ni las ciudades nacen de la nada. Su encanto es responsabilidad exclusiva de las personas que viven y mueren inmersas en un tiempo y espacio determinados. Y el Defe no podría ser ni estar en otro lugar que no fuera México. En serio que es muy difícil de explicar, pero creo que cualquiera ha tenido esa sensación de impotencia a la hora de describir las sensaciones vividas. Igual que nadie puede decir nada sobre este país que suene exagerado porque la ficción se queda corta ante la realidad.
   Se ha escrito mucha literatura sobre las relaciones entres las personas y las ciudades en las que viven. De hecho, el encanto de muchas de ellas es casi exclusivamente literario. El paralelismo casi tópico de comparar esta relación simbiótica con el amor es de sobra conocido. Tal vez sea porque, más que menos, todos hemos sentido alguna vez el flechazo de Cupido. Y sabemos, por experiencia que una de las primeras cosas que debemos tener en cuenta es que no se puede ni se debe cambiar la forma de ser de la persona amada y, sin embargo, neciamente recaemos una y otra vez en el error.
   Igual que las personas, las ciudades pueden evolucionar, crecer —sí, a lo ancho las personas y a lo alto las ciudades—, transformarse pero jamás cambiar en su esencia porque, entonces, si eso acaso fuera posible, al menos para nosotros dejarían de ser aquello que amamos.
   Es una contradicción, la expresión más inequívoca de que solemos querer lo que no tenemos y tener lo que nos merecemos, a pesar de que, por naturaleza siempre creamos que somos merecedores de algo más. Por eso, cuando algunos sueños se convierten en realidad adquieren el tacto viscoso de las pesadillas.
   Algo así le pasa a esta ciudad que no deja de ser el conejillo de indias de todo el país. Y como toda gran urbe, su fundación se basa en leyendas tan increíbles como que el PRI es un partido revolucionario, o cosas peores. El problema de las leyendas es cuando se inoculan en la sangre y el inconsciente colectivo de manera tal que terminan por ser creídas.
   ¿Será verdad el aserto que dice que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla? ¿Y los que se creen cualquier historia que le cuentan?
   La Gran Tenochtitlan surge de una leyenda que los aztecas no pudieron por menos que creer. Ahí mero la fundaron, en el único sitio al que a ninguna otra tribu se le había ocurrido ni ir a enterrar sus desechos, donde había un águila merendándose a una serpiente, gracias al sueño o pesadilla de vaya a saber uno que ancestros y chamanes con un exceso de peyote en el cuerpo. Pero éstos, a pesar de comer hongos —o por eso— eran unos expertos en las artes adivinatorias y no se conformaron con unos añitos de predicciones. Si yo la creo, yo me la chingo, y confirmaron que de donde salía el sol vendrían unos tipos vestidos de hojalata que habrían de señorear al señor de los señores. Y ahí mueren los astros, los reyes y los dioses.
   Pero, como supongo que estarán impacientes por saber cómo continua la apasionante metáfora sobre el poder de la farmacopea citadina, ahí les va. Lo más indescriptible que vieron estos ojitos que se han de comer los gusanos que yo me trago al final de cada botella de mezcal, es mirar, anonadado, como un peluche de dos metros diez, con hábito de médico, bigote, pelón y con un ritmo endiablado e increíble para un señor de cierta edad te ofrece, fuera de las famosas farmacias del Dr. Simi, sus brebajes y remedios bajo el lema de «lo mismo pero más barato». 
   A pesar de lo descabellado que pudiera sonar en los países que se autoproclaman y se creen desarrollados, deberían conocer la labor que hace el Dr. Simi. Pocas ONG’s en el mundo pueden presumir de sus logros. En los locales destinados a distribuir sus medicamentos se han habilitado consultorios médicos a precios casi ridículos para atender a la población más necesitada que no tiene recursos ni para comer y ni siquiera está inscrita en el IMSS, el ISTE o el engaño del Seguro Popular.
   Estas reflexiones, a pesar de lo que pudiera parecer, no están patrocinadas por la farmacias de similares, pero creo que es justo dar al César lo que es del César y al Dr. Simi lo que le pertenece. Es tan sólo un reconocimiento para que no se me acuse de demagogia a partir de esta línea.
   Porque, una vez dicho todo esto, creo que la conclusión evidente es que México es un simi-país, una imitación de nación, un quiero y no puedo y me vale porque a veces ni quiero. Un país que compite contra sí mismo en estadísticas y tamaño, empezando por tener la capital más habitada del mundo, más contaminada o más sucia y, a pesar de ello (¡sal de mí, pinche chilango!) más linda. Aquí, y sobre todo en el Defe, todo es lo más grande o lo mejor o lo peor, la cosa está en ser el número uno en algo. Como una revolución que sirvió para dos cosas: nada y madres. Para instaurar una dictadura de setenta años ostentada por un partido que, desde su nombre, es contra natura al juntar términos antagónicos como Revolución e Institución. Al menos no engañaron en eso: las cartas estaban trucadas desde el inicio. Y, después de eso, dos sexenios más de absoluta pendejez, de fraudes electorales y de dizque democracia.
   Y ahora le llega el turno a las mentiras, perdón, quise decir a las estadísticas. Dejaremos para el final las arquiconocidas por narcotráfico. ¿Qué pasa? ¿Acaso debí escribir archiconocidas? ¿No se habla de las famosas arquidiócesis de la Iglesia? Pero dejemos, de momento, al clero a un lado. Ya volveremos sobre él cuando intentemos ponerles nombre y rostro a los verdaderos asesinos de México.
   Aquí van unos cuantos números: mueren más de seis personas por hora a causa de la diabetes. Hasta con mis nefastas matemáticas el resultado sigue siendo de más de 144 personas diarias, 51,840 al año. Según la Federación Mexicana de Diabetes, en un estudio de 2009 México ocupa el décimo lugar de diabetes en el mundo y se estima que para el 2030 tenga el séptimo puesto. Pero, una vez más, demostramos que las estadísticas están para romperse y tan sólo un año después ya somos el primer país y, lo que es más importante, por encima de EEUU… como debe ser, tanto en diabetes como en obesidad infantil y adulta… qué se iban a creer estos pinches gringos. Si no podemos tener los beneficios de ser un país desarrollado al menos nos quedamos con sus defectos.
   55 muertes diarias por accidentes viales, más de 20 mil al año. En este rubro ocupamos el séptimo lugar en el mundo, pero no dudo que, con un poco de ganas y menos respeto aún a las normas de circulación, en breve nos pondremos a la cabeza.
   Más de 30 mujeres son asesinadas diariamente por algún familiar, preferiblemente su pareja. Redondeemos en mil al mes y en doce mil al año. Total, una más una menos ¿a quién le puede importar? ¿al gobierno?
   No sé ustedes pero a mí, después de vomitar, ya no me quedan ganas de seguir contando.
   Según la PGR, a julio de 2010, hay 24,826 personas asesinadas por causas relacionadas con el narcotráfico desde que nuestro H. Presidente fue elegido voto por voto (sin contar los del IFE, claro). Según el Centro de Investigación y Seguridad Nacional, la cifra asciende a 28,228. Esa mínima diferencia entre ambas instituciones se debe a que en los primeros sólo se contabilizan las ejecuciones, mientras que los segundos corresponden a ejecuciones y enfrentamientos directos. En este caso, de igual manera, a nadie le importa esa pequeña diferencia de cuatro mil personas y cacho. Son una minoría. Deberíamos aprender de personas con criterio y dejar de preocuparnos por detalles como estos. Baste saber con que las minorías existen pero de ahí a concederles derechos hay un gran paso. Democracia, creo que lo llaman.
   Tenemos que atender a los próceres de la patria, revolucionarios ellos. ¿Alguien ha visto a Felipe Calderón preocupado por los muertos generados por haberle declarado la guerra al narcotráfico? Claro que no, él tiene cosas más importantes que hacer como atender lo que mandan desde el vecino del norte.
   O el ilustre Arzobispo de Guadalajara que opina que, no sé si por inspiración divina, el que haya validación constitucional para el matrimonio gay así como su derecho a la adopción «es una aberración (…) ¿A ustedes les gustaría que los adopten una pareja de maricones o lesbianas? Yo creo que (los jueces) no llegan a esas conclusiones tan absurdas que van contra el sentimiento del pueblo de México si no es por motivos muy grandes… Y el motivo muy grande puede ser el dinero que les dan» y que «esos son grupos muy, esos no pueden afectar al grueso de la nación, son grupos pequeñísimos grupos así que de esos no hay pendiente (sic.)»
   O como el Gobernador de Jalisco: «Bueno para mí, sí es matrimonio si es un hombre y una mujer, porque qué quieren, uno es a la antigüita, al otro todavía como dicen, no le he perdido el asquito», el mismo que no sabía que el narcotraficante Ignacio Nacho Coronel vivía en su estado desde hacía más de cinco años y que, a pesar de reconocer con estas declaraciones que es un inútil, aún sigo representando a los y las tapatías.
   A doscientos años de la independencia y a cien de la gesta popular que degeneró en palabrería que puede usar tanto un político del PAN como del PRI o del PRD sin que se les llene la boca de vergüenza, México se suicida lentamente con la tranquilidad que nos da saber que siempre encontraremos a alguien a quien echarle la culpa. 
   A este paso, para la próxima fiesta serán nuestros muertos quienes celebren el día de vivos, de los pocos que vayan quedando y que, más temprano que tarde, morirán antes de reconocer que los únicos responsables de nuestra vida somos nosotros. Mientras tanto… ¡Viva México, simi-cabrones!