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Diseño de Imagen de Alejandro Magallanes |
Prefiero morir de pie
que vivir siempre arrodillado.
Che
A mí me vale madre.
FCH
¿Alguien puede poner de rodillas a FCH
Y darle un tiro de gracia, y de nada?
El pinche Maldini
Voy a copiar el formato televisivo en este texto y así creo que a nadie le chocará que, antes de escribir sobre lo que realmente quiero, hagamos una breve pausa para la publicidad.
Vivo de lo que escribo. Esta es una mentira tan creíble como cualquiera que se les ocurra o, para ser más exactos o menos mentiroso (como quieran, también) sobrevivo. O para homenajear al séptimo arte e intentar agarrar un crédito ICO del gobierno español para mi próximo guión, me deprimo despacio, como decía Adolfo Marsillach y repetía Jesús Puente en la entrañable Sesión continua de Jose Luis Garci.
Pero lo que puedo afirmar con rotundidad (y tengo testigos un perro, la madrugada, el frío) es que vivo en el país que quiero.
Lo difícil es explicarle a toda la gente que dejé al otro lado del charco el porqué vivo en México cuando se supone que podría estar viviendo en esa vieja (¿decrépita? ¿embalsamada?) Europa que sólo mira a Latinoamérica con la misma mirada que regalan las señoras en las subastas de la beneficencia, en las colectas del Domund para los pobres negritos e indiecitos.
Escribo y escribo cuentos y alguna novela que nadie leerá. O, para decirlo en mi idioma, me la paso escribe y escribe cuentos cortos, textos breves, microrrelatos a los que se me ocurrió llamar Cuentos Chaparros porque el arte que amo —¿Y no será este uno de los porqué?— nació en México, porque el cuento criollo saltó de la Argentina a este país para que don Juan Escribiera y gritara entre letras “Diles que no me maten” o don Edmundo nos advirtiera, en pocas palabras, que “La muerte tiene permiso”.
Voy a obviar los motivos evidentes como la birria, la cochinita pibil, el mezcal oaxaqueño, el jarabe tapatío (y las tapatías) o el pinche smog chilango que me asfixia y necesito respirar.
Y la cultura y la variedad en casi todo en un país donde todo es casi nada en cualquier aspecto, porque no quiero aburrir ni deprimir —ni siquiera despacio— a nadie con estadísticas sobre muertes y hambre y muertes y secuestros y muertes y feminicidios y muertes y gobiernos corruptos y muertes y analfabetismo y muertes y obesidad y.
Ateo gracias a dios como soy y plagiario (en el estricto sentido literario y no mexicano) de otros locos casi españoles casi gachupines como don Luis, en mi exilio interior de siempre y mi exilio exterior de la España que nunca pudo ser mi patria si nací al lado de África, quise creer que la visión ontológica de la vida y la muerte que forma parte de la idiosincracia mexicana era una excusa perfecta hasta para convencerme a mí.
Pero la vida, como decía Jonh, es eso que nos pasa mientras hacemos planes, y aún hoy soy incapaz de explicar con palabras la sensación de vivir aquí y de sentir, creer que nací aquí sin importar lo que diga un pasaporte. Y eso que este país perdió hace muchos años la costumbre de recibir a quienes luchaban por los derechos humanos, como hizo con el exilio republicano. Porque este país aprende de lo malo pero jamás de lo bueno y se condenó a sí mismo a pagar los errores por no conocer su pasado y, sobre todo, por valerle madre.
En este país existen varios partidos políticos y hasta una constitución —la primera en el mundo libre— y un sistema dizque democrático de gobierno, pero es mentira, o casi verdad, porque en este país nada es negro ni blanco, sino color sangre. Aquí los que tienen dinero, que son sólo un 20% de la población, saben que la tortilla que come su familia es gracias a que hay otro 80% que no come nada; tortillas con sabor a esa cosa viscosa que no hay chile que maquille y se llama sangre, sangre derramada por la raza que muere a razón de dos personas cada media hora.
Aquí, el que no llora, no mama, y el que mama siempre es el mismo, y el que llora también, y las que más lloran son las mujeres. Porque, no se dejen engañar por la películas de Cantinflas (eso es que no han visto a Brozo ni Garcés ni a Tin Tan), en este país los hombres son sólo carne de narco, de presidio, del presidente de turno y las mujeres de este país son el país. Aquí no existe violencia de género porque aquí no hay género. Aquí somos machos y las mujeres no existen y el que diga lo contrario es puto, puto!
Aquí no hay mujeres, aunque sean más de la mitad de la población; no hay homosexuales aunque sean más de (si les contara: no sé si me entienden); no hay transexuales y, por supuesto, no hay pinches indígenas, así que por eso los matamos.
La vida es muy corta y este texto es muy largo. Siempre quise vivir en un lugar, en este lugar, donde la vida y la muerte estuvieran a la par en la balanza del ser humano. Hoy es más fácil morir que vivir en México, al menos estadísticamente. Hoy sigo amando este país y sigo sin saber por qué.
Sólo quiero no perder la esperanza y mi apellido y levantarme mañana y leer una prensa no manipulada por el gobierno o ver una noticia en la televisora no controlada por narcotraficantes de dignidad y ver, leer que un grupo de mexicanos, los menos y cada vez, y de mexicanas, las de siempre y cada vez más, le dieron algo a alguien, incluso a su, mi país, sin pedir mordida, sin saber por qué, por México, cabrones, y cabronas.