Las personas ya no vienen a este mundo como antaño. Ni siquiera las deja en la puerta —ya no existe el torno para Santanas y Expósitos— una cigüeña que viene de París con un hatillo colgado del pico (Portes Internacionales “La cigüeña feliz”).

   Ya no nacemos en casa bajo la tutela de una matrona que nos nalguea por nuestro bien y nos provoca el llanto para, acto seguido, dejarnos en manos del patrono.
   Ahora nacemos cuando alguien le da al Play. Nuestra vida se reduce a ir pasando pantallas y superando fases que, indefectiblemente, nos conducen a un fundido en negro con las palabras Game Over parpadeando.
   Aquí no hay manera de reiniciar el juego. De nada nos sirve ir guardando la partida.
   Hace un tiempo alguien inventó un juego (y esta vez no fueron los japoneses sino los griegos) al que llamaron Democracia. Las reglas son tan simples que permite la participación de quien jamás ha tenido entre sus manos un mando, el mando. Esta versión vino a sustituir a la anterior denominada Dictadura de la que ya ni nos acordamos excepto porque tenía unos gráficos muy mal hechos y siempre perdíamos contra la máquina.
   En realidad, la Democracia es prácticamente igual a la Dictadura, sólo que en la Democracia «puedes votar antes de obedecer las órdenes», como decía Bukoswki.
   En una época en la vida es como un juego, donde las normas las dictan los USA inspirándose en un país que ahora ha tenido que ser rescatado (léase comprado, hipotecado) y con maquinaria made in Japan, venimos de serie con el chip programado para aceptar —cristianamente— las reglas de un juego que ni siquiera es la versión final, ni una mejorada. Es tan sólo una Demo. Es la Demo-Cracia 2.0.
   Cada cuatro años sale al mercado una versión con supuestos avances. La presenta la clase política, formada por marionetas de las grandes empresas multinacionales, en un macro evento al que asisten poli-periodistas que repiten como pericos las notas de prensa que deben publicar en sus editoriales. Contra esta manipulación existen profesionales que, telegráficamente, dicen: «sin preguntas no hay cobertura», mientras sus jefes piensan: «sin cobertura no hay trabajo», cuando tendrían que pedir no sólo poder hacer su labor y defender su derecho a preguntar, sino que los políticos cumplan con su obligación de dar respuestas. Estos son los verdaderos ninis. Ni conmigo ni sin mí tienen tus males remedio.
   Necesitamos urgentemente la versión final, pasar de la vida virtual a la vida real, de la Democracia siempre en pruebas a la versión definitiva y a la democraciarealya.com.
   Pero decir, simplemente, «me niego a jugar», «pues ahora no voto», no soluciona el problema. Apagar la máquina, darle al Off no significa que, como en el caso de la televisión, la radio o la Internet, no haya gente detrás; no implica que la vida cambie, la real y la virtual.
   Vivimos en una continua versión Beta. La única manera de conseguir nuestra Final Fantasy es convertirnos en profesionales para dejar de comprar y dejar de vendernos.
© Carlos de la Fé