Pienso.  
   Pienso en Bolaño, pero pienso en Roberto. 
   No puedo pensar en su familia ni en sus amigos. Lo siento;
mentira, ni lo siento. 
   No puedo pensar apenas en Roberto Bolaño así, seguido, como para
pensar en los satélites de su vida, o sea, en su vida. 
   No puedo pensar, por ejemplo, en sus amigos de antes y, mucho
menos, en los de después, en esos que, nomás morir, publicaban a los cuatro
vientos, a voz en cuello y, a ser posible, en la misma editorial en la que
apareció su obra póstuma (manda cojones con una obra póstuma) que lo conocieron
más que su propia familia.
   Pienso en Roberto y en Bolaño y en su atípico y tópico método de
composición, su método, su vuelta a los inicios de frío y hambre y lejos; su
negativa a la calefacción, su imposibilidad de alcohol y sus pocos cigarrillos.
   Pienso en la muerte.
   Pienso en escribir mientras te mueres y que la muerte sea, a lo
sumo, un personaje circunstancial que se pasea entre líneas; en sumar palabras
y en restar horas.
   Y en el tiempo, pienso en el tiempo. No me detengo a medirlo. Lo
veo pasar como pasa esta noche —que no es una noche más, es esta, la única— y
se descuenta un día.
   Pienso en contar sin descontar y pienso en la novela. Peor,
pienso en La Novela.
   Y pienso en las condolencias y en el olor a flores y en las
lágrimas y en los cocodrilos y en la hipocresía y en el talento o como quieran
llamar a eso.
   Pienso en no volver a trabajar por amor al arte y en no volver a
ser un Artista del Hambre. Y sí, pienso en Kafka, pero ligeramente, porque
pienso en Bolaño y sé que me gusta pero no sé por qué, pero pienso en Kafka y
sé que no me gusta pero sí sé por qué. 
   Pienso que, de todas formas, me voy a morir y seré Kafka y
pienso en que me voy a morir y seré Bolaño. Y lo único claro es que me voy a
morir y las condolencias y las mentiras.
   Pienso en Bolaño, en Roberto, en Kafka, en La Novela, en el
hambre, en el frío y en el hambre y en el frío y en el hambre, y en el frío.
   Y pienso en la mentira de las palabras, en lo fácil que es decir
que algo te gusta cuando no tienes hambre ni frío. En lo fácil que es criticar
un texto y a quien lo escribe y en lo poco que nos importa si se muere.
   Mañana dormiré en la calle, otra vez. Mañana pasare frío, otra
vez. Escribiré, claro, otra vez. Y otra vez oiré a la gente desde sus casas,
sus estómagos y sus dermis protegidas decir qué talento, qué pena, mira, el
flaco, como Bolaño, como Kafka que va y se muere y publica.
   

Pienso que escribo.
Escribo que pienso. Y siento envidia hasta de los animales que comen, pienso.