¿Por qué lo llaman reformas cuando quieren decir recortes?

   

   Tomando prestada la famosa pregunta retórica del filósofo Marxista ¿Por qué lo
llaman amor cuando quieren decir sexo?
pretendo entender, pensando en voz
alta, las razones que tienen los gobiernos en general y el de España particular
en mancillar continuamente el lenguaje o, como ya decía Noam Chomsky,
tergiversar las palabras.
  Está claro que este gobierno jamás hablaría de sexo directamente: se lo
prohíben sus cadenas religiosas, su moral decimonónica y su hipocresía
congénita. Por eso nos hablan de amor, de amor al pueblo, pero no del clásico y
arcaico e irreal amor platónico o romántico, sino del que siente los padres
para sus hijos aunque, en casos como este, cuando se trata de sentimientos
veniales frente a pecados capitales (ya saben: antros de hombres nocturnos) papá Estado sí recurre a mamá coneja.

   El gobierno cumple con la sagrada misión que el pueblo le encomendó en
al acto puro y cristalino (será por la urna) de las votaciones. Lo hacen por y
para (carcajada general) el pueblo, por nuestro bien, para garantizar que
sigamos manteniendo una sanidad y una educación y unos servicios públicos,
gratuitos y de calidad.
   Otro famoso filósofo, el célebre Charles Bukoswski dijo que la única
diferencia entre una democracia y una dictadura es que en una democracia puedes
votar antes de obedecer. Un iluminado, sin duda. Charly escribió una especie de
libro de memorias titulado Lo que más me
gusta es rascarme los sobacos
. Un profeta, y eso que nuestro filósofo de
cabecera ni siquiera era del PP. Porque eso es justo lo que estuvo haciendo el
partido que hoy gobierna este país —por mandatado divino según ellos, también—
durante los ocho años de legislatura socialista. Y ahora le exige al partido
socialista que no haga el mismo tipo de oposición, que colabore, que se una a
un pacto nacional por España, un frente común o, lo que es lo mismo, por ellos
como si pasan cuatro años rascándose los… votos perdidos.
   Pero, fundamentalmente, el problema de España no es culpa nuestra sino
del resto del mundo: de Europa, del Banco Central, de los mercados, de la prima
—de los… sobacos— y de las empresas inversoras que aún no se han percatado de
que Rajoy ya llegó al gobierno.
   Este contubernio financiero-político dirigido en contra de la reserva
espiritual de occidente tendrá que darse cuenta más temprano que tarde, allá
por 2016, cuando la población española esté trabajando como mano de obra barata
para el eje franco-alemán.
   Rajoy, el Señor de los Hilillos —escondido en una cacería cuando el Prestige y ahora saliendo de la
madriguera del Senado por la puerta trasera—, el milagro españó ha conseguido en sólo cien días bajarse los pantalones y
apretarse el cinturón al mismo tiempo; fomentar el empleo recortando en planes
activos de búsqueda de empleo y la contratación abaratando el despido; aumentar
los ingresos del Estado amnistiando a las grandes e insolidarias fortunas que
nunca han cumplido con sus obligaciones tributarias; ahorrando en sanidad
dejando de contratar personal para que la gente se muera más pronto, acortando
así las listas de espera; ajustando en educación disminuyendo la inversión en
becas para que sólo estudie la prole de las familias adineradas que a su vez no
pagarán a Hacienda para que le gobierno les condone la deuda por un mísero diez
por ciento. La panacea. Y pan, o lo que sea, será lo que dentro de poco
estaremos mendigando la mayoría de la población en España.
   Aún hay quienes están tan alejados de la realidad que se consideran
clase media porque tienen una tarjeta de crédito (cada vez con más números
rojos), un coche (que cada vez cuesta más llenar de combustible), una casa
(cuya hipoteca sube semestre tras semestre) pero, eso sí, su partidito de
fútbol diario y, para más inri, de nuevo sus toros subvencionados y su Semana
Santa retransmitida en directo por el Ente Público.
   El próximo recorte, perdón, ajuste o ahorro, será en el modelo
autonómico. Asistiremos a una cura de adelgazamiento del Estado y volveremos a
estudiar los ríos de Europa, los reyes godos y el catecismo.
   Y, no desesperen, la Tercera República está al caer; como quien dice, a tiro. Ustedes déjenlos que ellos se
entienden con sus propias armas.
© Carlos de la Fé