#GraciasGabo es el hashtag que se convirtió en Tending Topic mundial el día que —como vaticinó Carmen Balcells— nació una nueva religión, el mismo día que Gabriel García Márquez moría: el gabismo.
«Lo peor de la literatura es empezar», confesaba Gabo a Eric Nepomuceno (traductor de su obra al portugués) en una entrevista en su casa de San Ángel Inn en el DeFe allá por 1979.
Por esa fecha había terminado Crónica de una muerte anunciada y no se iba a publicar porque Gabo llevaba cinco años de «huelga literaria»: se había prometido no volver a publicar hasta que cayera la dictadura de Pinochet, al menos eso decía en público aunque a sus amistades les decía que la iba a publicar pese a «Pinocho».
Y así sucedió. Por desgracia la dictadura chilena iba a tardar un poco más en caer y Crónica de una muerte anunciada se publicó en 1981, un año antes de que se le concediera el Premio Nobel de Literatura, que ya habían conseguido dos de sus admirados escritores como Hemingway y Faulkner («Fúlner», para quienes entienden).
Habían pasado catorce años desde que publicara una de las novelas que volverían a revolucionar el mundo de la literatura en español —y esta vez también en todos los idiomas— y faltaban tres para que viera la luz otra genialidad, El amor en los tiempos del cólera.
El fechitismo (Carlos López Beltrán dixit) es una de las consecuencias de la mitología y tal vez uno de los pecados del ego que se pueden permitir quienes gozan (o padecen) de buena memoria, de una gran biblioteca o de una conexión a Internet veloz. Sirve para poco más que para escribir artículos como este, parecidos, mejores e incluso peores. También es muy útil en estos casos para rememorar las anécdotas secretas que se prodigan en la intimidad de quienes conocieron al ahora desaparecido.
Yo, claro está, no conocí a Gabo. No soy mitómano, pero debo reconocer que me habría encantado tratarlo en persona, y también a Onetti, y con seguridad a Cortázar. Tuve la fortuna y la casualidad de entrevistar a otro de los escritores que más admiro, Augusto Monterroso, de tropezar en un par de ocasiones con Bryce Echenique y me precio de la amistad de otro de los mejores escritores de todos los tiempos, Ángel Olgoso. Si tenemos en cuenta que he compartido y comparto mi vida con otros muchos autores y, por suerte, con no pocas escritoras, diría que la muerte y yo estamos empatados, de momento.
Gabo escribió una despedida a Cortázar titulada «El argentino que se hizo querer de todos» en la que decía que «Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo. Sin embargo, me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estar muriéndose otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte». Creo que ahora se podría decir lo mismo cambiando el nombre y la nacionalidad, aunque Gabo y el propio Julio se sentían ante todo latinoamericanos más allá de las fronteras imaginarias impuestas por la sangre, la Historia y la estupidez.
Tengo una particular —no creo que única ni original— obsesión por los principios y los finales, amén de por los títulos, en todos los géneros literarios, y algo de eso ha de tener su reflejo en esta parte de la realidad, en esto que conocemos como realidad.
De los autores que he nombrado creo que sería absurdo decir que tienen muchos de los mejores títulos de la Historia de la Literatura y que crearon mundos tan propios como Macondo o Santa María. Por eso me quiero detener apenas en los principios y finales de las novelas y cuentos de Gabo. Digo detener y digo apenas porque solo voy a nombrar los dos más conocidos: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo», y «Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados».
A partir de esos principios, todo puede suceder. En el caso de García Márquez todo sucedía, absolutamente todo era posible, y pasaba.
Pero tal vez el caso más notable sea el de la mencionada Crónica de una muerte anunciada, novela de la que podríamos decir que su título es un spoiler, como se conocen ahora a esos textos o videos que anticipan el final de la serie o la película. Es todo un reto difícil de llevar a cabo empezar un libro (empezar a escribirlo y a leerlo) en el que desde el propio título ya sabemos lo que va a pasar, al más puro estilo periodístico que Gabo manejaba como nadie.
Un libro así, del que ya sabemos el final y, además, empieza confirmando que el título no es un simple juego de palabras sino que nos certifica que «El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo», solo podía escribirlo Gabo.
Este verano será la primera vez que releeré Cien años de soledad sabiendo que Gabo ya no está. Este verano, de nuevo, empezaré a leerla (solo lo hago después de haberla leído diez veces. Este año será la vigésimo sexta) queriendo encontrar los mecanismos de la ficción, los hilos invisibles, las técnicas ocultas, pulidas, las frases «taraceadas», como dice Ángel Olgoso, en suma, tratando de leer como escritor.
Este año, otra vez, de nuevo, después del primer párrafo, la «verdadera realidad» me habrá ganado y entraré de lleno en Macondo, como si nunca hubiera estado allí, como si viera el hielo, como si viera nevar en pleno trópico con el olor de la guayaba impregnándolo todo.