Bienvenido, Adolf o el rapto de Europa

Hace cinco años, cuando el Gobernador decidió
expulsar a Larsen (o Juntacadáveres) de la provincia, alguien profetizó, en
broma e improvisando, su retorno, la prolongación del reinado de cien días, página
discutida y apasionante —aunque ya casi olvidada— de nuestra historia
ciudadana.
Juan Carlos Onetti. El astillero.
   Pocos placeres pueden
compararse al de llegar casa —y aquí tendría que haber puesto un punto y
seguido o aparte porque pocos placeres pueden compararse al de llegar a un
lugar que podamos llamar casa con la seguridad de no equivocarnos— con dos
cajas de cartón llenas de polvo y libros.
   El placer no viene del
polvo (úsese la frase con toda su carga irónica) sino de ir sacando los libros
que cupieron, elegidos entre otros tantos a los que no quisimos encontrarle
hueco en esos contenedores, por prioridades que nada tienen que ver con el
tamaño sino con los gustos.
  Bajo ese polvo se ocultaban
títulos de obras que ya habíamos leído pero que necesitábamos recuperar
físicamente, muchos de los cuales creíamos perdidos para siempre en las casi
cien mudanzas entre dos países, decenas de comunidades autónomas y ciudades.

  Una pila, un saco, un
montón de libros que ahora pueblan las mesitas de noche y el mueble que hace
las veces de biblioteca o librería que por fin podemos compartir después de
tantos años, en este lugar que ahora es nuestra casa.
  Aparecieron Los amores difíciles de Calvino, una
edición del año de mi nacimiento de Cien
años de soledad
, una colección de clásicos en castellano, las novelas de
Vázquez Montalbán y de Agatha Christie, París
era una fiesta
, de Hemingway, El
astillero
, de Onetti, entre otros muchos.
No fue cualquier día. Era
un día de cumpleaños. Fue el mismo día que alguien decidió que se celebraran
las elecciones al Parlamento Europeo.
  Quiero hablarles de Onetti
y de Europa, y un poco de todos esos libros y de la relación que tienen con las
elecciones.
 María
S. Martín Barranco
(también conocida como Especialista en Igualdad)
dice que Europa es «como una dama del XIX que mira, mientras borda, el césped y
las nubes tras un ventanal, y Latinoamérica, una niña que corre descalza y
feliz sobre el césped y bajo las nubes».
 

Onetti pasó la última década
de su vida en una cama de un piso en una calle de Madrid. En España nunca nos
consideramos parte de Europa hasta que se nos permitió acceder al selecto club
vía Comunidad Económica; sin embargo, desde el otro lado del atlántico siempre
nos vieron como parte de esa vieja y anquilosada dama. Onetti aceptó la
invitación a presidir el Primer
Congreso Internacional de Escritores en Lengua Española
que se inauguró en
Las Palmas de Gran Canaria el 3 de junio de 1979. Fue y no fue; fue y, el día
del encuentro, decidió
quedarse en la cama
de su habitación a leer, beber y fumar.

  ¿Una falta de respeto o una
coherencia a prueba de la fama?
  Comprendo ambas
decisiones: la de pasarse los últimos años de su vida en una cama y la de ir y
no presentarse en aquella ocasión. Sobre la primera no hablaré. Para
comprenderla hay que leer a Onetti. Sobre la segunda basta con haber nacido en
Las Palmas o ir para no querer levantarse de la cama, no querer salir, no
querer tener ningún tipo de contacto con nadie. Onetti ya vivía y moría en su
isla particular. ¿A cuento de qué presentarse en un acto estúpido en una isla
moribunda a exhibirse como un bicho raro en un lugar donde lo raro es no ser
normal? Por ese acto tan onettiano se le puso el nombre de “presidente ausente”
o “presidente en el exilio”, según las versiones, lo que me parece una metáfora
idónea para esta Europa descabezada y secuestrada.
  Onetti describió en su
obra el cansancio y la futilidad de la vida, de la cotidianeidad del ser
humano. La trampa del ser, la mediocridad de saberse mortal y la negación total
de la inmortalidad. Un cigarro encendido en el momento justo, un orgasmo en
cualquier momento menos en este, el sabor extraño de un licor tomado demasiado
deprisa o demasiado rápido.
  La diferencia entre dejar
de vivir en una cama o pegarte un tiro en la cabeza es mínima. La misma que hay
entre Onetti y Hemingway. Ambos periodistas, ambos genios (la Academia sueca
perdió la oportunidad de adornar su palmarés con Onetti; y con Borges, claro, y
con Cortázar, y sin embargo sucumbió al pastiche de Vargas Llosa. En el pecado
llevará su penitencia), ambos conocedores y reconocedores de esa Europa
señorial y casi siempre decadente en los tiempos modernos.
  Me placen los autores que
crean mundos tan particulares en torno a sus letras que van más allá de la
literatura e inventa universos paralelos como Macondo o como la Santa María de
Onetti.
 

Del lado de acá hemos
mirado a Latinoamérica y a los mundos creados por sus letras como puros
arquetipos, si más valor que el de lugares edénicos o malditos, y no hemos
querido ver nada de esta señorona llamada Europa en ellos. Pero hoy, con los
resultados de las elecciones ahí, con el aumento de la extrema derecha en el
Parlamento, son el —ojalá— aniquilamiento del biparditismo, con la
fragmentación idiotizada y capitalista de la izquierda. Creo que Onetti, una
vez más y como siempre, vuelve a tener razón: Europa es Santa María; Europa es
un astillero en decadencia rehabilitado sobre su propio esqueleto a sabiendas
de que no se puede crear vida en un charco de sangre putrefacta —la misma de la
que se nutre esa minoría cada vez más presente como Le Pen en Francia o UPyD en
España—, consciente de que no hay nada que hacer. Hemingway escribió París era una fiesta recordando su
periplo europeo en una época entreguerras. Hoy París, en medio de esta tercera
guerra mundial sin principio ni fin, es una farsa, la ciudad donde se hace
patente la ocupación nazi, así como Madrid vuelve a ser una ciudad perfecta
para meterse en la cama y no salir jamás gracias a la ocupación del gobierno de
la nación por un partido fascista.

  Permítanme dedicarles un
exabrupto con toda la poca falta de respeto de que soy capaz: si no entiende
nada de lo que he dicho hasta ahora, tienen y tendrán lo que se merecen. Si lo
entienden y no están en la calle gritando a voz en cuello que nos están
matando, que esta tercera guerra mundial acaba de cobrarse cientos de millones
de víctimas, vuelvo a mi proposición primera de este párrafo: tienen lo que se
merecen, y, ahora sí, espero vivir lo suficiente para ver cómo sus miserables
onettianas vidas se marchitan día tras día.
  Onetti escribió uno de los
textos más geniales de que se pueden escribir, un cuento, “Bienvenido, Bob”.
Por eso este artículo se titula “Bienvenido, Adolf”. Si no entienden el
paralelismo es porque su ignorancia solo es comparable a su vida.
  Cuando Adolf decida que
hay que exterminar en campos de concentración a cualquier ser vivo que no
comulgue con sus ideas, entonces, hablaremos de una Europa unida y real.
Necesitamos que se nos masacre para reaccionar. Mientras nos suministren
pomadas para aliviar las llagas que producen las cadenas que arrastramos,
seguiremos a cualquier palurdo que salga en la tele, a cualquier cavernícola
que grite unas palabras para convertirla en razón a falta de ideología.
  Si no te gusta lo que te
digo, haber ido a votar. Si fuiste a votar y no te gusta lo que digo, entonces
es que votaste mal para tu vida pero bien para tu economía. Duerme en paz. Tu
hijo será un obrero machista. Tu hija será violada por un demócrata. Tú, a
partir de hoy, volverás a ser solo un dato, un cero-coma en una estadística
cualquiera de este polígono industrial que nos venden como Europa.