Del Dr. Jekyll para Mrs. Hyde,
de un canalla para un colibrí.
Sin duda, recordaba épocas mejores. Incluso era capaz de imaginar futuros más completos, digamos que más felices o, al menos, prometedores.
Y no es que, antes, fuera infeliz. Los demás eran los que no entendían el por qué tanta dedicación al estudio, tantos años de facultad y noches en vela quemándose las pestañas para terminara así.
Tenía todo la vida por delante para conseguir cualquier cosa que se propusiera. Antes de terminar con la tesis ya la habían propuesto para ser profesora titular, para enseñar a sus propios compañeros de clase.
Nadie ponía en duda su capacidad, su fuerza, su entrega, su dedicación. Y, sin embargo, ahora se dejaba morir en un trabajo que no le aportaba ninguna de las satisfacciones que soñó en su etapa de estudiante aventajada.
Y no es que, ahora, fuera infeliz, pero ya estaba empezando a pensar como los demás, y llegó a dudar de haber tomado aquella decisión años atrás, que cambió el devenir de su vida.
Cierto, estaba sola. Sí, podría arrepentirse.
Para esos casos acudía a la memoria ágilmente ejercitada sobre pupitres solitarios en bibliotecas tristes. Le bastaba con recordar lo que había sentido cuando él le dijo Te Amo, y ella le contestó…
«Vidas prestadas»