Hace unos días el ministro del interior en funciones (¿Acaso no lo ha estado siempre? ¿Qué hacía antes?) soltó una de sus perlas, de esas que no se le deben dar a los cerdos. Recordando otra anterior, la de su ángel de la guarda que lo ayudaba a encontrar aparcamiento (lo que en México sería un «viene-viene»), me vino a la mente (por inspiración divina) el nombre de santa Gemma Calgani. Como sé que les interesa el tema, profundizo.

Esta ñora fue una de las primeras estigmatizadas del siglo XX. Ahí es nada.  A ver quién puede poner eso en su currículum. Además, claro, veía —y hablaba con— a Jesús (así, sin apellido ni nada) y María, que digo yo que debió de ser una amiga suya o algo porque la llamaba así, por su nombre de pila. Estas apariciones las tenía Gemma con una puntualidad británica, exactamente todos los jueves a las ocho de la tarde y los viernes a las tres. A ver, que una cosa es estarse apareciendo cada dos por
tres, pero, supongo, el señor Jesús y la señora María tendrían otras cosas que hacer, ¿no?

No contenta con eso, Gemma veía y hablaba también con su ángel de la guarda, de cuyo nombre nadie ha querido acordarse. No sé, será como con lo del sexo, que dicen que no tienen. Yo, desde
luego, cuando hable con el mío será lo primero que le pregunte; lo del sexo, no lo del nombre.

Pero, nuestra amiga, no solo veía y hablaba con su ángel, sino que lo tenía de recadero para cosas menores como, por ejemplo, mandarlo a enviar cartas. O sea, un ángel correo de la guarda. La propia Gemma escribió: «En cuanto termino la carta, se la doy al ángel. Está junto a mí, esperando».

Creer o no creer en estos acontecimientos es una cuestión de fe. A mí me sobra y me basta con mi
apellido, de ahí que la ciencia ficción nunca haya sido mi género favorito, mucho menos la antigua.

Más bien se me ocurre otra visión, la de un cartero que se presentaba también dos veces por semana a recoger el correo en la casa de Gemma esperando a que nuestra amiga terminara de escribir sus cartas. Me lo imagino de pie, dando golpecitos con el pie y mirando las esquinas del techo.

Si hasta una santa pudo haber confundido al cartero con un ángel de la guarda, no es de extrañar que todo un ministro (¿de Dios?) de interior, y sobre todo españó, coño, haya creído ver en el chófer del coche oficial a un enviado de su «jefe».

Yo no digo na que —como dice Alejandro Pedregosa— que después to se sabe.

PD: Para rematar la faena —debe ser este uno de los muchos milagros por los que fue canonizada—, santa Gemma Calgani ayuda a quienes se van a examinar; o sea, a quienes se pasan el año sin dar palo al agua y después hacen lo que sea para aprobar. Ahí les dejo la oración a santa Gemma Calgani para aprobar los exámenes. De nada.