Como me suele pasar demasiado a menudo, estoy de acuerdo con el razonamiento de Javier Marías en sus artículos; en sus novelas es imposible porque no importa, como en el titulado «¿Tarugos todos?»1.
Aprovechando que habla de «una escuela cerril-feminista» y que en su texto solo nombra a hombres como Homero, Newton, Shakespeare, Einstein, Cervantes, Bach, Velázquez, Tolstoy, John Ford y Hitchcock, sobre quien versa principalmente el artículo, es evidente que para él —como parte fundamental, consciente o inconsciente, queriendo o sin querer, con amistades no peligrosas sino definitivamente cerriles como la de los académicos de la RAE— no existe una «escuela cerril-machista».
Y es que no existe, o sí pero no con ese nombre. Esa «escuela cerril-machista» vendría a ser, simplemente, «La Escuela», la única, la verdadera, la legítima, y nos vemos en la obligación de entrecomillar todas las demás corrientes de pensamiento, de ponerles un guion en medio para dejar claro que se salen de la norma.
Para Javier Marías no existen las mujeres en el mundo cultural, científico o académico. Para él y para su más cerril amistad, ya no existen «mujeres como las de antes», porque a las de ahora les da por pensar, por ser, por estar y no por parecer.
Ni existen ni han existido Wolf, Curie o Andreas-Salomé, por nombrar solo tres apellidos. Tal vez les suceda que si leen nada más que los apellidos no sepan discernir si se trata de hombres o mujeres. No importa.
No debería importar. Nos han domesticado de manera tal que cuando leemos Nietzsche sabemos que se trata de un filósofo, por lo que si se escribe Andreas-Salomé no puede ser más que otro filósofo.
El mundo según Javier Marías no es que sea peor que cualquier otro. Para una mentalidad educada y empecinada en no querer mirar más allá de lo que le permiten sus anteojeras culturales no hay más remedio.
El Evangelio según el machismo es casi —o totalmente— un oxímoron. Desde la antigüedad y desde cualquier frente en el que tenga o haya tenido presencia el ser humano no hay más visión que la de los hombres, un mundo, una filosofía, una manera de entender, ver y enseñar el mundo que prescinde conscientemente de la presencia de las mujeres.
El lenguaje me sigue pareciendo la mejor expresión de todo esto. Transmitimos nuestros conocimientos y sentimientos a través de un código pervertido por una sola mirada.
Lo peor de esta perversión es que lleva tanto tiempo instaurada en el inconsciente colectivo que parece sagrada y quien se atreva a contradecirla está atentando contra algo que va más allá de lo mental, de lo razonable, que incide como pocas cosas en lo más consustancial del ser humano.
Lo que no se nombra no existe. Y si hay que nombrarlo, que sea bajo la pátina del supuesto género universal, único, verdadero, sacro-santo y sempiterno género masculino. Amén.
© Carlos de la Fé
- MARÍAS, Javier. La zona fantasma. El País Semanal. «¿Tarugos todos?». 1 de junio de 2104. http://elpais.com/elpais/2014/05/29/eps/1401380247_969257.html ↩︎