la frase certera; ahora me conformo con encontrar las palabras más exactas
posibles para decir lo quiero. Como decía Felipe Benítez Reyes en Mercado de Espejismos,
«[…] las palabras escritas deben ser precisas y
mágicas al mismo tiempo, para que de ese modo signifiquen lo que tienen que
significar y, a la vez, para que reverberen como un eco enigmático en el
pensamiento de quien las lea».
humilde— de Borges cuando decía aquello de:
«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me
enorgullecen las que he leído«.
Cuanto más escribo más me doy
cuenta del trabajo que conlleva conjugar bien estas perras negras —como las
llamaba Cortázar— y por eso me maravillo cuando tengo la oportunidad de verlas
juntas escritas por una sola persona, como cuando leo en medio de una novela (El país de Abel)de José Vicente Pascual
una descripción como esta, de las que de verdad y casi literalmente nos
sumergen en la Literatura:
«Renato era un ser licuante, etéreo como los vahos
aguardentosos que solían manar de su conversación, y todo con él evocaba una
transparencia fluvial, líquida como el magma borboteante donde hervía sus
jeringuillas hipodérmicas para desinfectarlas, como los preparados de
antibióticos disueltos en suero fisiológico y demás potingues des sus
inyecciones. Así lo recuerdo, como un pez condenado a vivir lejos del agua,
triste en su mirar de ojos exorbitantes, como los ojos de un pez al otro lado
de lunas vidriosas, y siempre nostálgico de humedades: las de dentro de su cuerpo,
que tenían la propiedad de evaporarse tras cada resaca, y la humedad
farmacológica de aquellos preparados, a menudo espesos como el aceite, que
metía en nuestra piel para ganarse la vida».
La imaginación me sorprende siempre porque carezco de ella. No pienso
con imágenes sino con palabras, por eso me embelesa leer un texto donde cada
una de ellas es la justa y necesaria, la única, la imprescindible, la que más y
mejor dice lo que tiene dentro en simbiosis con las otras, cuentos donde,
independientemente de la extensión lo que cuenta es la tensión, y cómo se
cuenta. Lo que Ángel Olgoso titula, en este texto,
«Yo grité. Tú torturabas. Él reía. Nosotros moriremos.
Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán».
no mejor.