El suicidio considerado una de las bellas artes

«En 2010 envié una propuesta a varios escritores y artistas con siete indicaciones para la elaboración de una carta óptima de suicidio. Ninguno de los invitados —incluido yo— ha cumplido con ellas (hasta ahora). El libro Carta óptima[i] es el resultado de este feliz fracaso».

Son palabras de Sergei Furst en la contraportada (y en el epílogo) de este libro singular que vio la luz gracias a Ediciones Farniente.

Si tenemos en cuenta que es el primer volumen que edita Farniente, que trata sobre el suicidio y que, además, es un «feliz fracaso», todo apunta a que estamos ante una editorial distinta.

Eso es algo que notamos desde la cuidada edición, sobria, precisa, exacta, sin brillos —gracias, Farniente— en su cubierta ni fotos ni montajes ad hoc (qué iban a poner, ¿un cadáver?), solo una huella digital (¿de quién?) como emblema de la editorial y una frase como lema: «Hic hábitat minotaurus».

Ediciones Farniente y Carta óptima se presentan en Granada el 23 de mayo, en la Casa de los Tiros, a las 19 horas. Mientras tanto tratemos el tema central de esta primera obra.

Antonio Dafos (responsable del cuidado diseño de la cubierta) nos pone en contexto al referirse a la «Inutilidad de las argumentaciones generales a favor o en contra del suicidio» en su colaboración titulada «Acerca del suicida ideal». No es cuestión de preferencias, no se trata de un tema baladí si hay intenciones de ir más allá de las ideas y pasar a la práctica. Incluso podemos estar en contra de él y acabar suicidándonos o estar a favor y evitar el de alguien.

El suicidio es uno crimen perfecto. Posee todos los elementos necesarios para convertirse en la trama literaria de una novela negra: un cadáver, un asesino y un motivo. La podría ser la pista con la que el detective empieza sus indagaciones.

Curiosamente, existen países en cuya legislación el suicidio está considerado como delito. Nunca he entendido por qué. ¿Habrá una sentencia post mortem? ¿Acaso creen que a la víctima/culpable le importará lo más mínimo?

Dormir es suicidarse para soñar en otra dimensión, es un acto esperanzado. Quitarse la vida, sin embargo, no tiene más finalidad que desaparecer, no se aspira a otra vida mejor en el más allá, tanto se crea o no en esta improbable posibilidad.

Pero el tema central del libro es esa carta, esa nota tipo No se culpe a nadie. Si quiero dejar este valle de lágrimas y desaparecer, que me dejen en paz, ¿a qué viene ese último acto de vanidad, esa necesidad de comunicación en ese momento desde el más allá o desde donde sea?

Un acto comunicativo por escrito es una definición perfecta para la literatura, de ahí Carta óptima.

¿Cómo ha de ser esa nota ideal —sobre todo teniendo en cuenta que será la última, que no habrá posibilidad de rectificación, que será aquello por lo que, a muchas personas, se las recordará, más que por su vida—, cuáles son esas siete indicaciones que nadie siguió y que dio como resultado Carta óptima? En el «Epílogo» las detalla Sergei Furst igual que en la «Presentación para una carta óptima» que sirve de introducción nos pone al corriente sobre cómo surgió la idea.

Como guía puede ser de ayuda —no para el suicidio sino para la redacción de la postrer nota— el Diccionario Motu Proprio para suicidas elaborado por Francesca Ori en su texto «Última elección».

En «Escrito, visto, borrado (Notas sobre una nota de suicidio)», Gabriel Cabello hace un repaso a acontecimientos históricos y culturales que harán que miremos de otra manera el suicidio, casi como un acto higiénico que toda vida ha de tener… Tal vez la única forma de ganarle la partida a la muerte sea adelantarse a su jugada.

Juan Carlos Rodríguez nos pone al día sobre la figura del “Psicólogo del Espíritu Creador” en «Stefan Zweig y sus héroes de la derrota (Notas sobre un suicidio y una escritura)», poniendo de manifiesto la estrecha y extraña y recurrente afición de determinados artistas al suicidio.

En «Principios para la producción y distribución de la dignidad», Sergei Furst nos ofrece una Nota Óptima de Suicidio como sustituta para que nuestra especie —dado su presente estado de evolución— pueda entenderla.

Por su parte, Davamesk de Zakapane, en «Carta para un suicidio (anómimo y mesurado)» comienza su nota con la clásica llamada de atención al juez, pero al leerla comprobamos que es más bien poco ortodoxa.

Zafia Potocka en «VITALISmo suicida o Capitulación primera» nos espeta las definiciones canónicas de los diccionarios —o camposantos terminológicos— sobre suicidio y suicida reivindicando un tercer significado.

En «Regreso al futuro», José Tito Rojo nos comenta algunas notas de despedidas de grandes artistas y personajes históricos y su «inapelable renuncia a saber [a ver] el futuro».

«La carta “ideal” del suicida, desde el punto de vista grafopsicológico» de Susana Urbano analiza los trazos de manuscritos de los que se pueden sacar conclusiones sobre el tema.

Un variado compendio de escritos sobre otros escritos finales, definitivos. Un acercamiento metaliterario a los temas recurrentes de la propia literatura.

Los epitafios podrían entrar dentro del espectro de notas de suicidio para quienes decidieron llegar hasta la tumba usando ese método. Por condicionantes espaciales han de ser breves y esa característica que toda Carta Óptima de suicidio debería tener la (los) acerca al género del microrrelato tal y como explica Oscar de la Borbolla[ii]. Fue en los cementerios más que las bibliotecas los que despertaron en él el interés por los textos breves. «No me refiero —y no se me tome a mal— a los escritos por Monterroso ni a los poemínimos de Huerta, que sin duda son espléndidos, sino a los minicuentos perpetrados por los primeros minicuentistas, por los verdaderos inventores del género, es decir, a los minicuentos que figuran en la mayoría de las lápidas: a los epitafios».

De la Borbolla descubrió este género en sus paseos por el panteón de Dolores cuando era «un púber romántico que, con un libro bajo el brazo, se perdía entre las criptas en busca de un sauce que diera sombra a su lectura». No es casual el uso del adjetivo romántico en esta descripción, mucho menos cuando hablamos de cementerios, de suicidio y de literatura. Quitarse la vida por amor era para el genio romántico el final idílico de todo poeta.

Citando a Octavio Paz[iii], otro autor mexicano, «Escribir, quizá, no tiene más justificación que tratar de contestar a esa pregunta que un día nos hicimos y que, hasta no recibir respuesta, no cesa de aguijonearnos», y el mero acto creativo de hacer pasar la ficción por realidad también podría ser considerado el suicidio de un deicida (como llamaba Vargas Llosa a García Márquez en el ensayo sobre su obra) que opta por otra manera de abandonar este mundo mediante la creación de nuevas historias.

Nota (no sé si óptima pero imprescindible) final: me ofrezco gratuitamente a redactar cartas óptimas de suicidio a todas las bestias que con sus actos han quitado toda esperanza a las cientos de personas que se han visto quitado la vida al perder todo lo que tenían. Aprovechen y hagan algo bueno con sus vidas.

Logo y lema de la Editorial Farmiente


[i] VV. AA. Carta óptima. Granada, Ediciones Farniente, 2012.

[ii] En Relatos Vertiginosos. Antología de cuentos mínimo. Lauro Zavala (Selección y prólogo). México, Alfagura, 2009.

[iii] Paz, Octavio. El arco y la lira. México, FCE, 1956.