«Cada
cual tiene sus encuentros simbólicos a lo largo de la vida», y yo recuerdo
perfectamente cuando me agencié (entiéndase robar en elcortinglés) mi edición
de Historias de Cronopios y Famas y,
sobre todo, la ansiedad por llegar a casa y disfrutar de su lectura. Desde
entonces, es un libro que me ha acompañado a
lo largo de toda la vida y a cada rato.
cual tiene sus encuentros simbólicos a lo largo de la vida», y yo recuerdo
perfectamente cuando me agencié (entiéndase robar en elcortinglés) mi edición
de Historias de Cronopios y Famas y,
sobre todo, la ansiedad por llegar a casa y disfrutar de su lectura. Desde
entonces, es un libro que me ha acompañado a
lo largo de toda la vida y a cada rato.
Eso
no suele pasar con la mayoría de los libros que nos vamos encontrando,
agenciando, incluso comprando en el acontecer de días y noches y encuentros
simbólicos llamados vida. Libros
clásicos, inmortales por qué no, de esos que no sólo admiten una relectura sino
cientos.
no suele pasar con la mayoría de los libros que nos vamos encontrando,
agenciando, incluso comprando en el acontecer de días y noches y encuentros
simbólicos llamados vida. Libros
clásicos, inmortales por qué no, de esos que no sólo admiten una relectura sino
cientos.
Hoy,
los enormísimos cronopios, esos seres inclasificables que se definen en
contraposición (nunca en disputa) a los famas y las esperanzas, cumplen
cincuenta años y siguen tan, tan, tan cronopios como siempre.
los enormísimos cronopios, esos seres inclasificables que se definen en
contraposición (nunca en disputa) a los famas y las esperanzas, cumplen
cincuenta años y siguen tan, tan, tan cronopios como siempre.
«Los
cronopios no son proclives a las moralejas, y esta pequeña historia no la
tendrá», aunque sí lo son a tener esos encuentros que se hacen pasar por
casualidades o meras coincidencias.
cronopios no son proclives a las moralejas, y esta pequeña historia no la
tendrá», aunque sí lo son a tener esos encuentros que se hacen pasar por
casualidades o meras coincidencias.
Llegué
a México en julio de 2009 y en mi escaso equipaje llevaba otro libro, de
Cortázar también o, para ser más exactos, del fantasma de Cortázar, sus Papeles inesperados[i]
publicados veinticinco años después de fallecer. Entre sus variados textos hay
uno que se titula Un cronopio en México[ii]
lo que no dejaba de ser una coincidencia en este caso premeditada, pues lo había
dejado para leerlo una vez aterrizado en tierras aztecas. «Pero lo bueno de los
cronopios es que no se preocupan de lo que pasó alguna vez… Esas cosas quedan
para los famas y también para las esperanzas, que se ocupan de recoger las
crónicas, establecer las fechas y encuadernarlo todo con tafilete y lomo de
tela[iii]»,
lo que hace muy molesto que recuerde el mes exacto en que todo esto aconteció y
más teniendo en cuenta mi pésima memoria para las fechas y para casi todo.
a México en julio de 2009 y en mi escaso equipaje llevaba otro libro, de
Cortázar también o, para ser más exactos, del fantasma de Cortázar, sus Papeles inesperados[i]
publicados veinticinco años después de fallecer. Entre sus variados textos hay
uno que se titula Un cronopio en México[ii]
lo que no dejaba de ser una coincidencia en este caso premeditada, pues lo había
dejado para leerlo una vez aterrizado en tierras aztecas. «Pero lo bueno de los
cronopios es que no se preocupan de lo que pasó alguna vez… Esas cosas quedan
para los famas y también para las esperanzas, que se ocupan de recoger las
crónicas, establecer las fechas y encuadernarlo todo con tafilete y lomo de
tela[iii]»,
lo que hace muy molesto que recuerde el mes exacto en que todo esto aconteció y
más teniendo en cuenta mi pésima memoria para las fechas y para casi todo.
Lo
que suele suceder cuando se está en el lugar que se quiere en el momento
preciso es que todo son coincidencias y parece que, de verdad, el destino es un
artilugio maleable a nuestro antojo. México para mí era, es y será mi antojo
favorito y Oaxaca una cita inexcusable más que un lugar prometedor como cuna
del mezcal. A mí también «de Oaxaca me habían dicho muchas cosas, turísticas y
etnográficas, climáticas y gastronómicas; lo que no me dijo nadie es que allí,
además de un zócalo que sigue siendo mi preferido —para mí también, que casualidad— en México, habría de encontrar la
más densa congregación de cronopios jamás reunida en el planeta con excepción
de la de Estocolmo».
que suele suceder cuando se está en el lugar que se quiere en el momento
preciso es que todo son coincidencias y parece que, de verdad, el destino es un
artilugio maleable a nuestro antojo. México para mí era, es y será mi antojo
favorito y Oaxaca una cita inexcusable más que un lugar prometedor como cuna
del mezcal. A mí también «de Oaxaca me habían dicho muchas cosas, turísticas y
etnográficas, climáticas y gastronómicas; lo que no me dijo nadie es que allí,
además de un zócalo que sigue siendo mi preferido —para mí también, que casualidad— en México, habría de encontrar la
más densa congregación de cronopios jamás reunida en el planeta con excepción
de la de Estocolmo».
Aún
no había probado el primer mezcal, lo podría jurar si lo recordara, pero supe
que no estaba allí porque sí, sino porque ese era mi sitio. Había ido a conocer
el Camino Real, el indescriptible hotel al que Carlos Fuentes y Gabriel García
Márquez llevaron a Cortázar y tenía prevista la visita al Museo Rufino Tamayo.
«Viejo admirador de su pintura, cuando supe que en Oaxaca había un museo que
guardaba una colección de piezas precolombinas donadas y presentadas por él, me
precipité raudo cual flecha. (Pa tu culo
va derecha). Esperaba maravillas y las encontré, pero además encontré lo
inesperado, el otro club inconcebible en su sede de cristales y colores. Me
bastó entrar en la primera sala para reconocerlos: desde las vitrinas, muertos
de risa ante mi asombro, los pequeños cronopios me miraban y se divertían».
no había probado el primer mezcal, lo podría jurar si lo recordara, pero supe
que no estaba allí porque sí, sino porque ese era mi sitio. Había ido a conocer
el Camino Real, el indescriptible hotel al que Carlos Fuentes y Gabriel García
Márquez llevaron a Cortázar y tenía prevista la visita al Museo Rufino Tamayo.
«Viejo admirador de su pintura, cuando supe que en Oaxaca había un museo que
guardaba una colección de piezas precolombinas donadas y presentadas por él, me
precipité raudo cual flecha. (Pa tu culo
va derecha). Esperaba maravillas y las encontré, pero además encontré lo
inesperado, el otro club inconcebible en su sede de cristales y colores. Me
bastó entrar en la primera sala para reconocerlos: desde las vitrinas, muertos
de risa ante mi asombro, los pequeños cronopios me miraban y se divertían».
La
diferencia entre ambos viajes radica en que mi visita al museo se vio truncada
por un día feriado, pero recuerdo con igual de cariño la suave venganza de
Tláloc con su vespertina lluvia a las puertas que cerraban mi encuentro con «no
solamente… un cronopio sino una legión».
diferencia entre ambos viajes radica en que mi visita al museo se vio truncada
por un día feriado, pero recuerdo con igual de cariño la suave venganza de
Tláloc con su vespertina lluvia a las puertas que cerraban mi encuentro con «no
solamente… un cronopio sino una legión».
Así
que, aunque hoy sea el aniversario de la publicación en papel por vez primera
de los cronopios, cuando se dieron a conocer a través de ese extraño por
demasiado alto gurú al que una noche en un teatro se le aparecieron, resulta
que ya estaban ahí desde hace quién sabe cuánto tiempo, y espero que ahí sigan
en mi próxima visita.
que, aunque hoy sea el aniversario de la publicación en papel por vez primera
de los cronopios, cuando se dieron a conocer a través de ese extraño por
demasiado alto gurú al que una noche en un teatro se le aparecieron, resulta
que ya estaban ahí desde hace quién sabe cuánto tiempo, y espero que ahí sigan
en mi próxima visita.
Mientras
tanto, seguiré leyéndolos y recomendando su lectura como antídoto para estos y
todos los tiempos; seguiré escribiendo a la espera de esas «Extrañas,
maravillosas recompensas del azar: una vez más me tocaba encontrarme por lo
profundo con un México que jamás había visitado antes pero que estaba presente
en textos míos, en pesadillas e iluminaciones».
tanto, seguiré leyéndolos y recomendando su lectura como antídoto para estos y
todos los tiempos; seguiré escribiendo a la espera de esas «Extrañas,
maravillosas recompensas del azar: una vez más me tocaba encontrarme por lo
profundo con un México que jamás había visitado antes pero que estaba presente
en textos míos, en pesadillas e iluminaciones».
Es
un mal menor, el único asidero que tengo frente a la contradicción de estar
viviendo ahora en el lugar en que nací y del que no me siento parte escribiendo
sobre un espacio que no conocía y con el que me siento profundamente
identificado.
un mal menor, el único asidero que tengo frente a la contradicción de estar
viviendo ahora en el lugar en que nací y del que no me siento parte escribiendo
sobre un espacio que no conocía y con el que me siento profundamente
identificado.
Dicen
que no se puede tener todo, pero todo llegará: es mucho más difícil poder
compartir la vida con quien se quiere que estar o no estar en tal o cual lugar,
pero, repito, todo llegará. Es mucho mejor estar ahora, aunque sea aquí —y si
no es ahí, allí, es lejos— terminando este texto con las dos personas que más
amo en este mundo que en cualquier otro lugar echándolos de menos, «aparte de
que no hay literatura en este mundo que se compare con una buena botella de
tequila», y de mezcal, ni te cuento.
que no se puede tener todo, pero todo llegará: es mucho más difícil poder
compartir la vida con quien se quiere que estar o no estar en tal o cual lugar,
pero, repito, todo llegará. Es mucho mejor estar ahora, aunque sea aquí —y si
no es ahí, allí, es lejos— terminando este texto con las dos personas que más
amo en este mundo que en cualquier otro lugar echándolos de menos, «aparte de
que no hay literatura en este mundo que se compare con una buena botella de
tequila», y de mezcal, ni te cuento.
[i] Cortázar, Julio. Papeles
inesperados, Madrid, Alfaguara, 2009.
inesperados, Madrid, Alfaguara, 2009.
[ii] Todos los textos entrecomillados pertenecen al texto Un cronopio en México, en el libro Papeles inesperados, pp. 175-189, originalmente
publicado en El Sol de México, México, 18 de mayo y junio de
1975.
publicado en El Sol de México, México, 18 de mayo y junio de
1975.
[iii] Cortázar, Julio. Louis, enormísimo cronopio en La vuelta al día en ochenta mundos, Tomo II, México, Siglo XXI, 2008
(1967)
(1967)