Después
vendrá la “Historia, con una mayúscula severa, rigurosa,
perfectamente equilibrada entre los ángulos rectos de todas sus
esquinas”
i
a explicarnos el porqué de las cosas que han pasado.

Mientras,
la historia con su hache minúscula y muda sigue su destino
implacable, su diseño impecable, la ruta perfecta por un jardín de
senderos que se bifurcan en vidas privadas, anónimas casi siempre,
que sólo alcanzan una mayúscula, una cursiva o una negrita en los
diarios cuando ya no hay remedio, cuando consiguen sus quince minutos
de fama por primera y última vez en su vida.

Antes,
o sea, ahora, siguen sucediéndose las noticias a velocidades
vertiginosas auspiciadas por Internet y el invento de las redes
sociales que nos permiten saber, en tiempo real, que la periodista
Sanjuana Martínez está siendo detenida
ii
en su casa por un grupúsculo de “policías” encapuchados a las
órdenes de una jueza de “familia”; una detención ilegal por un
procedimiento administrativo que conllevaría, de resolverse en su
contra, una pena máxima de multa por cuantía de unos cien euros.

Pero,
antes, o sea, un día antes de esta profanación de los derechos
humanos con el visto bueno de las autoridades mexicanas, la reportera
había denunciado públicamente a la susodicha “representante de la
ley” por corrupción, entre otros muchos delitos.

Durante,
por suerte, se movilizaron miles de personas en todo el mundo porque
ya se sabe cómo funciona la justicia en México (según la PGR, algo
así como el Ministerio de Justicia, el 99.99% de los casos nunca
llegan a juicio), considerado, por segundo año consecutivo (2010 y
2011) el país más peligroso del mundo para ser periodista, con
cientos de profesionales asesinado o desaparecidos.

Sin
embargo el día 2 de julio se celebraron elecciones “democráticas”
(o sea, según EE.UU. y la ONU, porque no hay negros ni moros
votando) en las que salió elegido el candidato del PRI que gobernó
durante 70 años con una “dictadura perfecta”, como la llamara
Vargas Llosa. Antes, durante seis años, en México fueron
“ejecutadas” por la guerra que decidió acometer el anterior
presidente contra el narcotráfico, más de 60 mil personas y desde
hace 6 años el ejército patrulla las calles en un verdadero estado
de excepción, igual que en Irak o Afganistán.

Pero,
ya está bien de hablar de un país que ni nos va ni nos viene, ¿no?
A nadie le importa lo que suceda más allá de nuestras fronteras, de
nuestra comunidad, nuestra ciudad, nuestro barrio, acera, edificio,
planta, puerta, habitación, cabeza.

Bastante
tenemos con “nuestra” crisis, la prima de Rajoy, la madre que
parió a De Guindos y el marido de la Cospe.

Cada
cual, al fin y al cabo, tiene lo que se merece, ¿no? Si en México
quieren seguir siendo los número uno en desgracias, pues que elijan
bien la próxima vez a quien vota, como hicimos en España, ¿no?

Allá
México con sus periodistas que se meten donde no deben sólo para
contar la verdad, como si eso le interesara a alguien. Que aprendan
de nuestros intrépidos y dicharacheros tertulianos.

En
España no pasan esas cosas. Aquí sólo mataron a José Couso y
Julio Anguita y los responsables ya están pagando por ello, ¿o no?

Eso
sólo pasa en países tercermundistas. España está muy por encima
en el Top20 de los países más ricos del mundo, como en el noveno, y
México en el 15, por lo menos. No hay color, ni comparación. Aquí
sólo hay un 30% de la población viviendo bajo el umbral de la
pobreza y en México es casi el 80%: estamos mucho mejor y, además,
España sí es una democracia de verdad, con división clara de
poderes. No hay más que ver el Tribunal Supremo cuyo Presidente es
el adalid de la justicia, por encima del bien y del mal.

Y,
como las casualidades no existen, Carlos Castresana, Fiscal del mismo
Tribunal Supremo de España, acusado por su ex mujer (Sanjuana
Martínez) de malos tratos y con una orden de alejamiento, la
incumplió para personarse a disfrutar ante el domicilio de la
periodista de una detención ilegal con abuso de fuerza. Don Carlos
Castresana Fernández, un “experto” en violencia de género según
la ONU, Premio Nacional de los Derechos Humanos en España y asiduo
invitado del Banco Mundial, de la Unión Europea y de toda
organización con siglas y poder.

Antes,
ayer, ahora, durante y siempre, quienes detentan u ostentan (no
ejercen) el poder tienen un arma que la mayoría de las personas no
usan porque no somos conscientes de su eficacia: la palabra. Pero
ellos sí (porque casi siempre son “ellos”, porque las mujeres
casi nunca), lo saben y la usan y la manipulan y nos ningunean: “
La
igualdad ante la ley y la independencia judicial son posiblemente las
grandes quimeras de la democracia, pero son nuestras; y en estos
tiempos de zozobra necesitamos más que nunca certidumbres morales”
iii.
Con discursos así dan ganas de ir corriendo a abrazar a ese adalid
de la justicia, ciega, igualitaria, universal… si no fuera porque
ese discurso es mentira, propaganda pura y dura escrita unos días
antes por el mismo hombre que menos de 15 días después incumpliría
la ley impunemente.

Este
ha sido, es, uno de los falso mitos más difíciles de erradicar
sobre la violencia de género: que sólo se daba en determinadas
clase sociales y culturales (bajas) y no afectaba a familias con
cierto notoriedad pública. Esta es la paradoja de la realidad, ver
la, en apariencia, intachable trayectoria de un profesional en la
lucha por los derechos humanos que en su casa utiliza cuchara, jarabe
de palo. Es la lacra que en España nos dejó la dictadura del miedo,
del a dios rogando y con el mazo dando y la mujer y la cabra atada a
la pata de la cama, la doble moral, la hipocresía de puertas para
afuera y como digas algo, te mato. Aquí se hace lo que yo digo y se
hace como dios manda, el “¿Mande?” que se utiliza en México en
lugar del “¿Que?” y nos retrotrae, inevitablemente, a las
colonias y a la misa de cada domingo, no hace ni 40 años.

Ahora,
hoy, que tenemos la posibilidad de no callarnos, de emular a una
mujer valiente
iv
que pone en peligro su vida por decir la verdad, como miles, millones
de mujeres en el mundo de las que tenemos constancia gracias a
Internet, podemos usar la Red para pedir, públicamente, que no se
pague con nuestro (este sí) dinero a un maltratador firmando la
petición al Tribunal Supremo. Si pudimos derrocar a su presidente,
podemos con un Fiscal, porque la ley nos ampara.

Carlos
de la Fé

(Puedes
firmar la petición al Tribunal Supremos para quitar a los
maltratadores de las instituciones y que cese o expulse a Carlos
Castresana como fiscal, por incumplimiento de una orden judicial y
abuso de poder entrando en
este
enlace).


iGrandes,
Almudena. Inés
y la alegría
.
Barcelona, Tusquets, 2010, p. 669.
ii“El
precio de denunciar”, Sanjuana Martínez, 08/07/2012. La Jornada.
(http://www.jornada.unam.mx/2012/07/08/politica/015a1pol
)
iii“Reivindicación
de la quimera”, C.Castresana, 20/06/2012. El País.
(http://elpais.com/elpais/2012/06/18/opinion/1340033120_562349.html)
iv“Mi
primera prisión”, Sanjuana Martínez, 09/07/2012. Sinembargo.mx
(http://www.sinembargo.mx/opinion/09-07-2012/8072)