«[…] al terminar de escribirla me sentí en paz,
seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de
tareas: había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos
una de las derrotas cotidianas».
Onetti, Juan Carlos, Para un tumba sin nombre, Montevideo, Editorial Arca, 1967, pág.
85.
   «Onetti, el narrador más profundamente lírico de
la moderna literatura americana»
[i], ese
hombre que ha escrito algunos de los mejores cuentos de la historia y muchas de
las novelas más puramente literarias, es alguien que encontró el perseguido
secreto de la alquimia del arte: destilar la realidad, la vida, haciéndola
pasar por el pulido alambique de las palabras.
   «—¿Tienes muchas dioptrías?
   »-Sí, es lo
único que tengo».
   Entrar en
el mundo onettiano es saberse perdido de antemano, pero es fácil una vez
dentro. Lo difícil es decidirse a dar ese paso. Antes —no hace demasiado—
porque fue un autor desconocido para el gran público, incluso en Latinoamérica.
Desde el lado del Atlántico en que se cree el ombligo del mundo, todo lo que no
pasa por aquí nos parece que no existe. Por eso Juan Carlos Onetti se convirtió
en un “autor de culto”, esa perífrasis para decir que era un genio muerto de
hambre que no podía vivir de sus creaciones.

   Fue otro de
entre muchos autores que también se han convertido en genios de la literatura,
como Hemingway o García Márquez, que compaginaron el trabajo periodístico con
la escritura por motivos económicos, sobre todo al principio de sus carreras.
   Se ha
hablado mucho —sobre todo ello, como especialistas en ambos temas— de si esa
profesión ayuda de alguna manera al trabajo literario. Para quienes no hemos
tenido la suerte o la desgracia de combinarlos nos parece que, sin duda, al
menos la concisión que se exige en un relato periodístico conlleva un beneficio
a la hora de plasmar una historia. En cuanto a cualquier otra profesión que
pueda apartarnos del acto de escribir, García Márquez decía que «
en realidad, nada mata al escritor —ni siquiera el
hambre—, y el escritor que no escribe es sencillamente porque no es escritor»[ii].
   Onetti vivió los últimos años de su vida en Madrid.
Allí se acrecentó su leyenda de personaje, del tipo que se niega a levantarse
de su cama y sólo lee novelas policiacas y fuma y bebe. Por una vez tuvimos la
decencia de premiar a un genio en vida, y el Cervantes ganó un prestigio que ya
le venía haciendo falta.
   Hoy lo echamos en falta a él, pero seguiremos teniendo
su obra, perfecta, para re-crearnos por siempre, para maravillarnos ante un
creador de mundos en el que los héroes son de carne y hueso, donde nadie gana
ni pierde, mundos, vidas, personajes, personas que de tan literarios, de tan
verosímiles nos parecen reales. ¿O era al contrario? Macondo o Santa María son
tan reales como Buenos Aires o Montevideo o.
 
   «El tema de la ficción y la vida es una constante
que, desde tiempos remotos, aparece en la literatura, y, además de las obras
que ya he citado —el Quijote y Madame Bovary—, muchas otras lo han
recreado y ex­plorado de mil maneras diferentes. Pero acaso en nin­gún otro
autor moderno aparezca con tanta fuerza y originalidad como en las novelas y
los cuentos de Juan Carlos Onetti, una obra que, sin exagerar demasiado,
podríamos decir está casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y
frondosa manera como, junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido
construyendo una vida paralela, de palabras e imáge­nes tan mentirosas como
persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones
que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es»
[iii]. Esto dice Vargas Llosa plagiando el párrafo
anterior de la respuesta de Onetti a Rodríguez Monegal sobre la transición de
la “vida real” del personaje Brausen en Buenos Aires a la “irreal” Santa María.
Porque un par de respuestas atrás Onetti habla del “bovarismo”, o sea,
imaginarse viviendo otra vida que es, simplificando, una manera de hacer
ficción.
   No debe sorprender que nos veamos en la obligación
de mencionar al reciente premio Nobel cuando estamos hablando de la obra de
Onetti pues, como buen lector y oportunista (dicho sin malicia, todo lo
contrario) escritor estudió su obra en el libro al que hacemos referencia.
Aunque, dicho sea de paso, todo ese análisis sea un refrito de entrevistas y lo
único que se puede salvar es el prólogo donde vuelve al tema, al dilema entre
ficción y realidad que esbozó de forma magistral en García Márquez, historia de
un deicidio. Así pues, otro apunte: «En verdad, la ficción no es la vida sino
una réplica a la vida que la fantasía de los seres humanos ha construido
añadiéndole algo que la vida no tiene, un complemento o dimensión que es
precisamente lo ficticio de la ficción, lo propiamente novelesco de la novela,
aquello de lo que la vida real carece, pero que deseábamos que tuviera —por
ejemplo un orden, un principio y un fin, una coherencia y mil cosas más— y para
poder tenerlo debimos inven­tarlo a fin de vivirlo en el sueño lúcido en el que
se viven las ficciones»
[iv].
   Tenemos la suerte de contar con algunos textos en
los que Onetti nos hablaba del proceso creador dejándonos pinceladas de su
poética personal a la hora de inventar relatos o personajes, como Junta o
Brausen, gracias a esas pocas pero precisas entrevistas que concedió, sobre
todo a su “albacea literario”, Eduardo Galeano.
   «Bueno,
Brausen simplemente se imagina a Santa María. Creo que eso ya es bastante.
Cuando él se imaginó Santa María, cuando él descubrió que era un mundo posible,
ya pudo entrar. En fin, lo que yo te quería decir es esto: el individuo ese,
Brausen, no tiene ningún tipo fijo de aspiración. Y de pronto se encuentra con
el milagro ese de que escribir es como ser Dios. Vos podés escribir dos
paginitas, por ejemplo, y empezar: «Juan López, de Tacuarembó, se levantó
a las seis de la mañana un día del año 1964″, y entonces si a vos se te
ocurre, digo si a Brausen se le ocurre, podía haber puesto también Cuareim en
vez de Tacuarembó y Pérez en lugar de López, y 1920 en vez de 1964. Bueno,
entonces el pobre individuo ese, Brausen digo, puede tener la sensación de ser
como una espada, y la espada es la palabra de Dios. Y todo lo que escribe es
fácil y mentirosamente definitorio. O dicho de una manera más simple: el
individuo ese tiene un poder. Tiene un poder de decir una palabra, poner un
adjetivo, modificar un destino. Eso le pasa a un pobre desgraciado como
Brausen, hasta que descubre su poder, y entonces lo usa para entrar él mismo en
su mundo imaginario»[v].
   Es la
ficción de la ficción, más allá de la metaficción como truco: es la única
razón, sin simbolismos, sin consejos, sin moraleja. Y, sin embargo, Onetti
también nos regaló uno de esos famosos decálogos, más bien anti-consejos como
los de Monterroso, cargados de verdades accionadas con el resorte de la ironía.
   Hay cosas que
no se pueden decir, que sólo se pueden contar aunque «la verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo
sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces
todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse
tentar por el saber y la seguridad»
[vi]. Y Onetti,
como dice Monterroso, es sabio y sabe que no sabe, pero cuánto sabe.
© Carlos de la Fé


[i]Entrevista
a Juan Carlos Onetti por Francisco Umbral. http://www.onetti.net/es/entrevistas/umbral
[ii]
Gabriel
García Márquez. “Cien años de un pueblo” (Entrevista), en «Visión», Revista
Internacional, 21 de julio de 1967, pág. 28.
[iii]
Vargas
Llosa, Mario. El viaje a la ficción. El
mundo de Juan Carlos Onetti
. Madrid, Alfaguara, 2008.
[iv]
Vargas
Llosa. Op. cit.
[v]Entrevista
a Juan Carlos Onetti por Emir Rodríguez Monegal. http://www.onetti.net/es/entrevistas/monegal
[vi]
Monterroso,
Augusto.
La mano de Onetti, en El
Paseante
, Ediciones Siruela, 1989, 13, p. 8-10, y en
Augusto
Monterroso. Dossier
. Córdoba,
Argentina, Ediciones del Sur, 2003.