A Mario Benedetti
Y bueno, es Barcelona y son las doce de la noche, aunque para mí sigan siendo las once (juro que iba a escribir «ciendo»)
Esto parece la continuación —o definitivamente se está convirtiendo en— de Diari de viatges, que empecé el otro día, la otra vez. Pero, es lo que hay, my friend, porque sigue siendo Barna ni un mes después, y todo tiene su explicación aunque ni yo mismo lo entienda.
Será tal vez porque llevo todo el día rondando por la Ronda de Sant Antoni y, claro, es domingo y, claro, tengo la cabeza llena de libros y algún que otro imposible, y en la mochila sólo uno, unas antimemorias del viejo Alf y «etc., etc. y siempre etcétera».
O será porque necesitaba un trago antes de encerrarme con Els Àngels, esos querubines que sólo me rozan en sueños, como tú, tan lejos de mí.
Pero, ya ves, esto me permite reunir por un momento la sensación que me ataca a diario vagamundeando por esta ciudad, a la que, por respeto —y sólo aún— me resisto a llamar puta, igual que a mis otras amadas y odiadas.
Intento pedirle una cerveza al camarero chino del último bar que encuentro abierto. Me provoca un botellin, pero tampoco —no soy tan iluso y no debo tentar la suerte— pretendo hacerme entender. Sin embargo, paradójicamente, es su madre (el susodicho es un púber que no debe llegar a la mayoría de edad. Ya sabes: familia que trabaja unida tendrá un bonito panteón familiar) la que nos resuelve el conflicto y se convierte en adalid de la normalización lingüística: «¿Un quinto?» «¡No mames, wey —me digo, me pienso, contribuyendo al caos—; pero claro!».
Después del cuarto quinto entran dos parejas. Uno de ellos catalán, el otro debe ser un señor de Murcia y su Ninette creo que boliviana. No estoy muy seguro. Sabes que mis estudios antropológicos se limitan a los pies y caderas del sexo femenino. De la otra pertener no conservo ninguna imagne, así que debe ser española, o simplemente, digamos que… nada.
Ahora entra en el bar otra parejita. Él no sé, pero ella es negra y africana. Y dicho esto, no tengo nada más que agredir.
Poco más, excepto que mañana voy a tener el privilegio de escribir en la mesa en que mi querido amigo ha parido más de una de sus perras negras, y que voy a parasitar en cada balda de su biblioteca. Buscaré a su musa por cada ricón de la casa y la violaré compulsivamente. Si este método, no funcionara, amordazaré a la mía (pero sin vendale los ojos, que eso le gusta; también) y me declararé de la única forma que sé. Pero eso nunca lo sabrá nadie, será un secreto de cama, de tres; ya sabes, de artistas y esas reverendísimas hijas de la chingada. En fin, que será mi primer trío despues de tantos quintos.
Y, aunque parezca lo contrario, no pretendo contarte mi vida. Fundamentalmente porque tú no existes y, además, te importa un carajo. Así que no te atrevas a decir que vivo rodeado de paradójas, aunque yo te lo diga, porque no te estaría contando nada nuevo —ya tienes edad para haberlo aprendido por tu cuenta—, ya que la mayor paradoja que existe es que estamos vivos para morirnos.
En el ínterin, te agradezco que hayas llegado hasta aquí y que esto me obligue a cumplir alguna promesa o, más que sea, imaginarla. Vale.