Extracto de Ínsula Negra (¿II?)

Eres tan triste como una ciudad sin tranvía. Un tranvía es el recuerdo, la memoria de una gran, vieja ciudad de cualquier pueblo venido a más con ínfulas de capital, que todo paseante o viajero accidental guarda para sí como la nicotina se acumula en los pulmones, por más que lo hayas dejado. Ella jamás te dejará. El sabor del primer y último cigarrillo. El de un beso, una mujer.

De Lisboa a Trieste. De tu cama a la mía circula un viejo tranvía; lento, pero seguro. Tan triste, tan trieste. No hay nada más triste, o pocas cosas, que sacar a pasear al perro, de noche, por dónde sea. Por el barrio, por ese trocito de verde que te empeñas en llamar césped, para que el puto, maldito e inocente chucho cumpla con sus necesidades fisio-biológicas y, tal vez, con sus instintos socionaturales si se cruza con alguna hija de perra, mientras tú observas impaciente el paisaje cotidiano que voverás a ver mañana, casi de noche, cuando salgas medio completamente dormido como cada día para ir a cumplir con eso que te empeñas en llamar tu vida. Pocas cosas más tristes, muy pocas, piensa. Pero igual la pequeña alegría, la gran realidad de que nadie en tu casa te haya recordado que tenías que sacar al animal, te consuela un poco, muy poco; o termina de hundirte definitivamente